Cuando
abandonamos la racionalidad aparecen los monstruos y elementos como
Goebbels nos quieren convencer de
que una mentira repetida mil veces se convierte socialmente en verdad,
pero realmente sigue siendo una mentira sólo que más
aburrida o más peligrosa, según los casos. Una de las
tácticas del nacionalismo vasco es repetir sus deseos hasta que
se conviertan socialmente en verdad y uno de ellos es la
eliminación de la España real e incluso de su concepto y
de la palabra
y sustituirlo por una Euzkadi/Euskadi/Euskal Herria que ni en su
existencia, ni en su concepto ni siquiera en su palabra tiene
más
base que sus machacones deseos. Que España no es algo
metafísico ya lo deberíamos tener claro a estas alturas,
pero es igualmente claro que ha existido una integración de
parte de los pueblos
que habitaban la península que los romanos denominaron Hispania
hasta llegar a la situación actual. Este proceso ha sido
desigual
en su forma, voluntario o involuntario, necesario o accidental, pero
nunca violento. En cambio la Euzkadi de Sabino es la nación que
nunca existió pues los vascos nunca formaron un estado sino
pequeñas comunidades integradas en los estados existentes, y
recordemos que
Navarra no era un reino vasco pues ni fue la lengua en que escribieron
sus leyes, ni fue la que hablaban los que repoblaron la ribera durante
la reconquista, ni sus reyes eran otra cosa que padres, hijos,
tíos o primos de los de León, Castilla o Aragón, o
lo eran
ellos mismos. Es preciso añadir que el aislamiento de unas
comunidades vascoparlantes con respecto a otras fue suficiente para que
cada una
hablase un dialecto diferente. Ni existió en su concepto, pues
los reinos de España no eran más que los dominios de
los señores que tras la invasión musulmana encabezan
la resistencia primero y la reconquista después, pero
sólo desde una base territorial, no de naciones o etnias
separadas, que
habían sido disueltas en la Hispania romana y en el conjunto del
Imperio. Y, por fin, ni siquiera la palabra Euzkadi es otra cosa que un
invento de Sabino, que además utiliza una terminación
para grupos de vegetales, y así en vez de "el conjunto de los
vascos" se debería traducir por "el vascal" o "la vasqueda".
Tenemos, por lo tanto, algo real, España, con gentes de origen
vasco por toda la península y América y con gentes de
toda la península en el País Vasco,
con representación parlamentaria, con unidad económica,
cultural y social, que tiene que ser destruido para crear la
soñada Euzkadi nacionalista de las siete provincias. Pero esto
no es volver a algo que existió, pues ni hubo tal cosa ni de
haberla habido sería posible un simple retorno. No la hubo como
unidad política, que es lo relevante, porque la relativa unidad
cultural no es suficiente. En Austria o Suiza se habla alemán y
no austriaco o suizo, y
no sólo en Francia se habla francés, pero nadie imagina
al Président de la République exigiendo la unidad con
los cantones francófonos suizos, con la Valonia belga y, por
qué no, con el mismo Québec, ni una llamada desde Berlin
a la unidad del Deutsches Volk. Esto nos sonaría a lo que nos
suena, además de a Otegi o a Egibar. Pero ni en caso de haber
existido tal unidad tendríamos una simple vuelta atrás.
Los saltos en el tiempo vamos a dejarlos para las películas de
ciencia-ficción. Todo acto es un acto nuevo que se suma a la
corriente de la historia y podremos volver al pueblo de nuestra
niñez, bastante cambiado ya, pero
no a nuestra niñez. Cualquier acto social o político con
respecto al País Vasco o a España es algo del presente
con consecuencias para el futuro y por tanto con un valor propio, no
una vuelta al pasado, tan imposible como volver a la niñez, que
podemos asegurar que existió. Si hubiese que discutir sobre
derechos
históricos o fueros deberíamos enfrentar entre ellos a
los políticos del siglo XIX, pero nosotros hablamos desde el
presente hacia el futuro y tomamos nuestras decisiones, no somos
muñecos
del guiñol manejados por la nación metafísica o
por el pasado omnipresente. Nada hace esto más evidente que la
curiosa filiación política de la familia del mismo
Arzalluz,
por lo que dicen los libros, o la "conversión" de Sabino Arana,
que libremente cambian de opinión en abierto choque con el
pasado.
Y es esa misma libertad la que nosotros tenemos para evitar
sujetarnos
servilmente a ideas totalitarias de pueblo o nación.
Nos queda la otra alternativa, la del vascoparlante que desea que se
respete esa identidad cultural. Hasta aquí de acuerdo, pues
cualquiera desea hablar, aunque sólo sea por comodidad, la
lengua que domina. No olvidemos, sin embargo, que los nacionalistas
presumen excesivamente de su singularidad cultural, algo así
como si fueran una tribu masai transportada al Yukon. Veamos esto con
un poco más de detalle. Con excepción del
lenguaje no hay gran cosa de singular en la cultura vascófona.
Podemos ver la flauta de tres agujeros acompañada con tambor
hasta en la romería del Rocío, boinas por todas partes y
dejando a un lado lo jocoso, todas las características que
llaman la atención a un antropólogo cultural: la
religión, la estructura social y familiar, la vestimenta, son
afines a las de su entorno. En lo referente al lenguaje podíamos
parodiar a Groucho y decir que partimos de lo que no sabemos para
llegar a la más absoluta ignorancia. Hay quien defiende que la
lengua vasca es de origen local, anterior a
la llegada de las lenguas indoeuropeas, sean las que sean las
teorías sobre éstas, otros buscan emigraciones africanas,
afinidades
vasco-caucásicas (hay unos libros que reúnen el conjunto
de "etimologías" más chuscas que he podido encontrar para
demostrar esto). Lo cierto es que nada hay seguro, pero lo que lo hace
más difícil es que el estudio del euskera sólo es
posible levantando capa por capa. Primero quitamos las influencias
romances: nazioa, por ejemplo, luego las latinas, abendu de adventus,
gela de cella. Después sería necesario levantar las
influencias célticas o ibéricas, pero de lo que nos quede
no es posible deducir mucho. Los primeros textos son del siglo XVII,
con excepción de las glosas emilianenses, y nos resulta
imposible reconstruir como no sea en arriesgadas hipótesis el
estado del euskera en el pasado y sus afinidades o
relaciones. Con más voluntad que acierto traen en su apoyo cosas
tan peregrinas como los Rh, las medidas craneales y demás
antiguallas
de la antropología del siglo XIX. Quizá alguno se
saltó
las clases de genética de poblaciones o las de
antropología donde se aclaraba que lengua, cultura o linaje no
siempre van asociados. Así que las demostraciones de ser un
pueblo prehistórico,
que no son tales, no afectan inmediatamente a la lengua. Pero
insistiré una vez más en que el peso del pasado no debe
aplastar al presente y sea cual sea el origen y relaciones del euskera,
el derecho de sus
hablantes está por encima de todo. El estado debe garantizar
esos derechos, pero igualmente los de los demás. La llamada
normallización ha consistido en la imposición de filtros
a favor de los vascohablantes, de imposición de un
bilingüismo al que el ciudadano tiene derecho, pero no
obligación (y digo
que defiendo el monolingüismo vasco para quien lo desee, para
evitar
críticas inútiles). Pero la situación es tan
absurda
y tan nefasta como si los católicos de España siendo
mayoría
impusiesen su opción a los de otras confesiones. Esto fue la
tiranía de otras épocas. Hoy que la gente es poco
religiosa
se trata de crear un grupo social con la lengua como aglutinante que
lo invade todo y que se impone a nuestra libertad.
Otro día más
Sursum corda! |