Sc!





El pensador
Sursum corda!
Indice general

Sursum corda!, ¡arriba los corazones! es una llamada a elevar la mente y el corazón hacia lo mejor: la inteligencia hacia su uso racional y el ánimo hacia el valor y la esperanza.






Sursum corda! 2003

Otros sitios Indice desplegado

Libros

¡Recordad el 11 de Marzo!


Geocities

Telefonica


Sc!
Sursum corda!


Indice general

El sueño de la razón
El sueño de la razón es una serie de textos mandados a los foros de elcorreodigital.com y de diariovasco.com sobre el problema del País Vasco y sus posibles soluciones.

Temas políticos
Temas variados, siempre desde un punto de vista político.

Otros temas
Temas relacionados con las ideas discutidas en esta página.

Páginas de amigos
Páginas con textos de varios amigos del foro.

Enlaces interesantes
Enlaces sobre historia, cultura y política.

Ultimos textos publicados
Los últimos textos publicados, por orden de fecha.

Su opinión
Si Usted lee esta página, a todos nos interesa su opinión. Puede ver el libro de visitas y dejar sus comentarios, o suscribirse como miembro a un grupo de debate para que todos puedan discutirla.


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!


Indice desplegado

El sueño de la razón

  1    2    3    4    5 
  6    7    8    9  10 
11  12  13  14  15 
16  17  18  19  20
21  22  23  24  25


Temas políticos


Otros temas



Páginas de amigos


Enlaces interesantes


Ultimos textos publicados

Su opinión









Libros


El Señorío de Bizcaya Histórico y Foral
Arístides de Artíñano y Zuricalday


Dedicatoria
Título
Advertencia
Preliminar


Primera parte. Historia

Capítulo 1     Descripción de Bizcaya
Capítulo 2     La religion
Capítulo 3     El idioma
Capítulo 4     Las costumbres
Capítulo 5     Bizcaya prehistórica
Capítulo 6     Bizcaya en tiempos de sus señores
Capítulo 7     Los bandos de Oñaz y Gamboa
Capítulo 8     El Señorío unido a la Corona de Castilla
Capítulo 9     Bizcaya en el siglo XIX
Capítulo 10   Bizcaynos ilustres


Segunda parte. Fueros políticos

Capítulo 1     Idea general de los fueros
Capítulo 2     Códigos forales
Capítulo 3     El Señorío de Bizcaya
Capítulo 4     Los bizcainos
Capítulo 5     El Señor de Bizcaya
Capítulo 6     Las juntas generales
Capítulo 7     El Regimiento y Diputación general
Capítulo 8     Merindades y Municipios
Capítulo 9     Justicia
Capítulo 10   El servicio militar
Capítulo 11   El pase foral y el recurso de inhibición


Tercera parte. Legislación civil

Capítulo 1     Generalidades
Capítulo 2     La familia bizcaina
Capítulo 3     La propiedad
Capítulo 4     Las sucesiones
Capítulo 5     Leyes agrícolas y de fomento
Capítulo 6     Las Leyes procesales
Capítulo 7     Las Ordenanzas de Bilbao
Capítulo 8     Una opinión


Cuarta parte. Leyes económicas

Capítulo 1     Los tributos
Capítulo 2     La libertad de comercio
Capítulo 3     Las aduanas
Capítulo 4     Los estipulados de 1727
Capítulo 5     Los servicios de Bizcaya
Capítulo 6     El presupuesto señorial


Conclusión
Indice
Fé de erratas








Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


1


De vez en cuando, entre montones de insensateces e insultos, tengo la oportunidad de leer, por ejemplo, a Lao Zi o a Javier (Vitoria) y recobro la fe en el ser humano racional. Pero hay algo insuficiente en todos nosotros cuando los hechos más evidentes y los mejores argumentos no consiguen que nos acerquemos a la solución al "problema" del País Vasco que pide el título del foro y que muchos deseamos y esperamos. Y creo que, como dijo Goya, el sueño de la razón produce monstruos y entre nosotros la razón hace años que duerme o ha sido anestesiada. Porque nuestro problema no es algo que se solucione sólo por los argumentos. Hace falta primero una voluntad de llegar a una solución para que los razonamientos sean unos medios eficaces.

Es desalentador, si se cree en el diálogo, que cuanto más se intenta explicar a los nacionalistas vascos la situación de violencia y crimen cotidianos que hemos sufrido y sufrimos la mitad de la población de la CAPV, más absurdos son sus argumentos y posturas. Si la cosa es bien sencilla. La democracia existe donde se respeta la vida y hay libertad para pensar, opinar y llevar a la práctica esas opiniones según las reglas de la mayoría y con respeto a los derechos de todos y cada uno. Punto. Porque meter papelitos en una urna lo acaban de hacer millones de iraquíes o cubanos y hace falta ser Madrazo para llamarle a eso democracia. Pues aquí faltan varias de esas condiciones por obra de una banda criminal mafiosa, mientras otros miran para otro lado.

Vamos aquí a sacar el paraguas porque la lluvia de argumentajos (entendéis el híbrido) no tardará en llegar. El primero, que odiamos lo vasco o al vasco. Es intolerable que quienes hacen de "español" un insulto se nos pongan tan finos ahora, pero es que salvo el caso de unos pocos fuera de órbita, ni los falangistas del otro día se manifiestan contra el/lo vasco. Menos aún, vascos como Mayor Oreja o Nicolás Redondo, sólo para empezar por la cabeza de la manifestación. Hemos visto cientos de pancartas en manifestaciones en Madrid con "ETA no, vascos sí" para tomar en serio esas patrañas.

El segundo es que si no al vasco, odiamos el euskera. ¿No sentís cómo me tiemblan las rodillas? Esto es como la brujería en la edad media, que a la acusación más absurda le seguía el fuego. Pues no señor, y los hijos de Iturgaiz estudian modelo D. Pero un idioma oficial es lo que habla el pueblo y no una imposición del estado o del político gobernante. Si se habla español y euskera, es la administración pública la que tiene la obligación de hablar esos idiomas. Los ciudadanos tenemos el derecho. Si no, volveríamos a algo parecido a las religiones oficiales.

El tercero es eso del "pueblo vasco" y la autodeterminación que tan claramente expuso a su pesar Egibar. No existe pueblo vasco para tener derecho a nada. Somos ciudadanos de un estado moderno, no "apatxes en la reserba". El pueblo es simplemente el conjunto de los ciudadanos, que somos los dueños del estado, los soberanos. Sería absurdo pedir la autodeterminación de los celtíberos o de los descendientes de visigodos, como si no hubiera habido historia desde entonces. Pero los vascos, se nos dice, permanecen en la historia y esos otros han desparecido. Claro que todo se aclara cuando dan el carnet de vasco: Iturgaiz no, Gorka Knörr, si; Esperanza Aguirre no, un socio de euskal etxea de Argentina si. Y para qué seguir. Se pretende olvidar y hacer olvidar que la mayoría de los ciudadanos del País Vasco tenemos parte de nuestros orígenes en el resto de España y que en cualquier lugar fuera de aquí se encuentran gentes de apellido vasco, como Rodríguez Ibarra. Porque después de más de mil años de emigrar de las montañas, sólo a los nacionalistas les parece que no ha habido mezcla ni tratos con nadie. Y son la convivencia y la colaboración las que hacen las naciones. Pero ¡arriba los corazones! que cuando "vascos" como Permach o Knörr se ponen etnicistas se oye algo como una risita sorda que baja de las montañas y Sabino se revuelve en Pedernales.

¿Cuál es el problema, por lo tanto? Pues se trata, ni más ni menos, que de voluntad de segregación, de separación, de enemistad "sabiniana" entre el vasco y el español. En Yugoslavia quizá no vivían bien, pero no sabían si el vecino de arriba era serbio o croata, eran ciudadanos y se casaban entre ellos sin más diferencias que entre un bávaro católico y un prusiano luterano, o casos similares en cualquier país de Europa. Pero si lo peor del ser humano sale a flote, si los odios de grupo se visten de nacionalismo como antes se vistieron de otras ideologías o religiones, la razón tiene poco que hacer.

Otro día, más (Comienza en Octubre de 2002)

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


2


El sueño de la razón produce monstruos como esos conceptos medio metafísicos, medio religiosos de nación o pueblo, que parece que estuvieran por encima y al margen de la voluntad humana y de la realidad histórica y social. El ser humano es social por naturaleza y depende del grupo en el que nace, pero permanece en él por conveniencia, o cambia de grupo o cambia sus relaciones con los otros miembros. El concepto metafísico de nación es lo que identifica al nacionalista, y es una forma consciente o inconsciente de sacar la organización social del ámbito de lo que podemos decidir. Desde un punto de vista positivo podemos hablar de los Estados Unidos de América, o de Francia o Alemania como naciones, pero para el nacionalista no pueden serlo. Pero esos errores son los mismos que hacen de las lenguas, o las culturas entes no históricos, que ni evolucionan ni podemos modificar.

Es lógico que los grupos que tienen el poder o lo buscan y están en conflicto con otros grupos traten de organizar a su alrededor al mayor número posible de partidarios y de unirlos con lazos indisolubles. Así aparecen ideologías como las que hablan de los españoles antes de los romanos o del euskera como lengua que se remonta al paleolítico. Pues ¡qué bien! como si las demás lenguas no hubieran evolucionado desde la prehistoria más remota o como si el euskera no hubiera experimentado cambios, recibido préstamos y demás. O como si los individuos no se relacionasen más que según los deseos de estos nacionalistas.

Existe una nación como esas anteriores, España, que existe no porque haya una esencia inmutable de lo español, sino como resultado presente de un proceso histórico y porque todos los ciudadanos nos reconocemos unos mismos derechos válidos para todos, que es lo que expresa el espíritu de la Constitución. Es esa realidad histórica y jurídica lo que existe y no las llamadas nacionalidades, que hace siglos que no crean ningún límite interno. Y es esa nación que depende de nuestra libertad y que la defiende lo que está siendo atacado por unas patrañas políticas e históricas que se basan en conceptos que prescinden de lo que hemos llegado a ser y de lo que queremos ser. Es el nacionalismo más rancio contra el concepto moderno de nación, el concepto absoluto contra nuestra libertad, el panfleto sabiniano contra la realidad, la destrucción de lo real para construir lo imaginario. Porque, por mucho que nos aburran con sus llamadas a la “voluntad de los vascos”, los nacionalistas ya conocen el final inevitable y que no puede ser decidido: las siete provincias del Ebro al Adour, el idioma y lo demás. O eso o el “conflicto” y la libertad al paro. Más que la existencia de España, debemos defender contra esos ataques nuestra libertad y nuestra convivencia, que son sus fundamentos, porque por mucho que repitan una falsedad, siempre lo será y siempre diremos que el nacionalismo trata de destruir lo que de hecho es nuestro hogar.

La reacción de los votantes o militantes de los partidos nacionalistas a estas afirmaciones suele ser bastante agria: les estamos insultando y recortando la libertad. Empecemos por lo segundo. La libertad nunca es absoluta porque tiene por límite la de los demás y los derechos o son recíprocos o no existen, porque el derecho de cada uno equivale a una obligación para todos los demás. Así que necesariamente debemos recortar su libertad para que quede sitio para la de otros, y esa es la esencia de la democracia: la igualdad de derechos y, por tanto, de obligaciones. Y que les insultamos es un argumento tan repetido como falso. Vamos a poner por delante nuestra fe en la buena voluntad e intención de gran parte del electorado nacionalista y a diferenciarlos del entorno mafioso de ETA. Pero es que los asesinatos existen y se cometen en nombre del nacionalismo, sin que éste haga muchos esfuerzos para distanciarse de la trama civil del terrorismo. Más bien les vemos juntitos y sonriendo en manifestaciones y festejos varios. O respondiendo como la madre en defensa de las crías cada vez que ven en peligro a un miembro de la comunión nacionalista, mientras PP y PSOE se pelean como ciervos en celo que no ven llegar al lobo. Y su sensibilidad al insulto no les impide llamar fascistas a toda España y sacarnos los espantajos de Franco o el GAL para luego poner caritas de bueno y lamentar que se confunde nacionalismo y terrorismo. O sacar esas bonitas pegatinas del planeta de los simios (que fueron los que ganaron al final por culpa de los errores de los humanos) o las caretas de Aznar con la cruz gamada. Además deberían conocer (y en este foro se ha dicho mil veces) que existe un entramado caciquil de intereses, de enchufes, de privilegios, de presión contra el “español” que, al menos por principio, deberían prevenir. Pero los asesinados, los amenazados, los acosados pertenecen al PP o PSOE y a los nacionalistas esto ni les suena. No a Arzalluz o a Egibar sólo, sino a esa vecina tan buena y de misa diaria que se derrite en cada “alderdi eguna” y que luego habla de insultos. Se parece a la historieta del nazi que vivía junto a un campo de exterminio y que vio durante años entrar camiones llenos de judíos y salir otros cargados de jabón, pero no sospechaba que hubiera ninguna relación entre ambas cosas.

Cuando pienso en Alemania, recuerdo a Leibniz, a Bach, a Goethe, a Schumann, a Planck, a Heisenberg y no puedo creer que todos los ciudadanos de la Alemania nazi fueran verdugos ni voluntarios ni involuntarios; pero junto a nosotros se desarrolla un drama similar, aunque a mucha menor escala, que nos hace comprender lo que produce una idea como el nacionalismo y cómo los buenos patriotas siguen siéndolo hasta un segundo antes de reconocer que algunos de ellos eran unos criminales.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


3


Los fenómenos históricos funcionan según el teorema de la bicicleta: lo que cuesta es ponerse a andar, pero después se mantiene en equilibrio fácilmente con la condición de que siga moviéndose. Entre todos ellos, conocemos sólo los que han llegado a tener relevancia para el conjunto de la sociedad local o mundial, pero se nos escapan probablemente la mayoría de los intentos que, afortunada o desafortunadamente, fracasan. Así, nos parece por ejemplo, que la llegada de los nazis al poder es un fenómeno más o menos inevitable, que puede ser explicado mejor o peor con tales o cuales teorías y conociendo tales o cuales hechos. Pero en circunstancias parecidas otros intentos totalitarios fallaron.

El planteamiento es al menos la mitad de la solución de un problema y el anterior es, a mi juicio, erróneo. Podremos tener en cuenta la influencia del tratado de Versalles, la ocupación de la cuenca del Ruhr, las indemnizaciones de guerra o el temor del electorado de derecha al avance de la extrema izquierda, pero no basta. Es necesario un cambio básico de perspectiva: ningún conjunto limitado de hechos o ninguna teoría explica los fenómenos históricos como una ciencia natural. El determinismo, el historicismo, caen en el error de ignorar millones de datos, que son el conjunto de opiniones, acciones y reacciones de millones de personas, y cualquiera que conozca de oído la teoría del caos sabe que la influencia acumulada de tantas causas hace impredecible el curso de la historia (léase “La miseria del historicismo” de Karl Popper). Pero la ciencia histórica puede analizar y comprender esos hechos y valorar lo que tiene influencia en cada caso, como en el ejemplo anterior.

Nos debemos resignar en consecuencia a la incertidumbre de no poder pronosticar qué va a suceder y a ni siquiera conocer qué condiciones son determinantes para obtener un resultado. Es la situación que lleva al tipo de pregunta por cómo sería la historia si César se hubiera guardado de los idus de marzo, por ejemplo. Sin embargo, los hechos reales tienen causas reales y si bien el trabajo de profeta en la historia tiene poco futuro, el de historiador es apasionante, a la vez que necesario. El historiador puede observar cómo se suceden intentos para todos los gustos: de progreso, de involución, políticos, sociales, religiosos, cómo unos triunfan y otros fracasan y comprender lo que sucede tanto por el placer del conocimiento como para la práctica personal y pública.

Para lo que nos ocupa en este foro es conveniente tener en cuenta todo lo anterior pues son muchos los intentos de la irracionalidad por asaltar la libertad y la civilización, y el siglo XIX fue abundante en casos de todo tipo. Algunos se creen la vanguardia de la vanguardia del movimiento dialéctico de la historia, mientras que para otros es el mismo proceso de la evolución biológica el que les pone al mando con un reverso tenebroso de Darwin dándoles su bendición, o quizá es Dios mismo, o una mezcla al gusto de éstos y otros componentes. Pero la libertad del ser humano para pensar, decidir y obrar cae siempre a los pies de los caballos, y no sólo retóricamente, sino que los millones de muertos son otros tantos testigos contra la barbarie. Nos podremos preguntar por cómo se llegó a esto, pero es que constantemente se intenta y también se intenta lo contrario, como somos buena prueba los que escribimos y leemos aquí. El caso es que la historia es así: unas veces se gana y otras se pierde. Y una vez que la bicicleta se ha puesto a andar es más fácil que se mantenga. El problema es por tanto saber quién da pedales y por qué.

Los siglos XVIII y XIX ven la caída de muchos mitos sociales y religiosos que sostenían a las monarquías y aparece un intento de creación/legitimación/fortalecimiento de lazos sociales y políticos que es el concepto de nación. No la nación como mero conjunto de habitantes o de naturales de origen del país, sino como algo más, algo que precede a la libertad del ser humano y que se impone a ella. La nación se apoya además en factores como la religión, el lenguaje, la antropología física o cultural, pero ante todo es un absoluto que está ahí, por encima de lo que cada uno quiera pensar o decidir. De ahí viene el nacionalismo y entre otros, más funesto por más cercano, el nacionalismo vasco. Ya debería estar claro para cualquiera que no estoy contra la existencia de naciones ni el sentimiento de pertenencia ni cosas parecidas sino sólo contra ese concepto más allá de la libertad y de la historia que pesa como una losa sobre quienes se dejan dominar por él. Como el dios fenicio, necesita alimentarse de los hijos del pueblo y las familias los ofrecen voluntariamente para ganarse su favor. Igual que al dios, se le invoca contra los enemigos, y sea lo que sea lo que llevó a enemistarse a Sabino Arana con los “odiosos españoles” la verdad es que inventó un nuevo dios como aquél. Un intento más, pero éste consiguió mover la bicicleta y a partir de ahí comienza el “problema vasco”. Una vez formado un grupo sólido, todo lo demás no importa: serán los fueros, será el idioma, el bucolismo aldeano y pastoril o el orgullo por la siderurgia, podrá ser incluso una forma más de lucha contra el estado, pero alguien da pedales a la bicicleta porque va bien o por no caerse. Ahora, con el apoyo de los que buscan la sombra del poder, el calorcito de la poltrona o la simple sonrisa de los correligionarios, o para evitar que a uno le llamen cacereño, pardillo, “maketo lapurra”, o una lluvia de fuego, metralla o balas, la bicicleta marcha.

Los razonamientos están bien, pero apuesto lo que queráis a que si los motivos de un nacionalista no son racionales (no he dicho "razonables"), no podéis convencer a ninguno con textos por más ingeniosos, brillantes, sólidos y veraces que sean. Una vez dentro del grupo, sea como sea que haya llegado a él, a todo miembro le interesa, le gusta reforzarlo y por otra parte lo necesita. Cuando habláis de muertos, tiran balones fuera, hablan de Mayor Oreja o de lo que sea, pero no entran al meollo de la cuestión. Para citar de nuevo al nazi de la historieta del “capítulo 2”, nunca dijo que sí, que nazi hasta las cachas y con un par, que los 6 millones de judíos, y más millones de polacos, rusos y demás “untermenschen” fueron pocos y porque los demás se les escaparon. Con sonrisita boba dijo, que no sabía que los de las SS fueran así, con lo majetones y buenos patriotas que parecían. El problema aquí es cómo funciona esta mafia y cómo desmontarla. Otra cosa es disfrutar de la conversación o perder el tiempo.

Otro día más

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


4


Cuando pensamos en cualquier época de la historia, no nos cuesta imaginarnos como arquitectos en Egipto, filósofos en Grecia o literatos en Roma, pero de caer un día por allá, lo más probable es que fuésemos campesinos mal alimentados en el caso de librarnos de una miserable esclavitud. El hecho es que la imaginación suele ser optimista y así les ocurre a nuestros “nacionalistas favoritos”, que miran a la época de los fueros como si fuese la Arcadia feliz (aunque la historia de esta región griega es suficientemente violenta como para empezar a tomar en serio la comparación). Había fueros, pero ¡por todas partes! y no como particularidad de los vascos. No había leyes nacionales y eso de la igualdad no se había inventado aún. Y había aduanas, como las había por todas partes para financiar a cada poder local y se pagaban arbitrios municipales hasta hace poco. Y los mozos no servían en el ejército, como en cualquier lado, pues el rey pagaba a sus soldados y las milicias locales hacían el resto como buenamente podían en caso de necesidad. Y había juntas en Guernica, pero con un exceso de imaginación, “ellos” se ven votando en vez de ser pobres aparceros en un caserío apartado. Naturalmente, la cosa cambiaba si uno era un privilegiado y probablemente a cualquiera de ellos le apetecería seguir disfrutando de sus privilegios. Pero éste difícilmente sería el caso de la mayoría y como en el caso de los ensueños “históricos”, es mejor despertar en nuestra moderna sociedad.

Las sociedades europeas premodernas (pongamos el límite de la modernidad en la revolución americana, que precede en varios años a la francesa y que un cierto eurocentrismo nos hace olvidar frecuentemente) proceden de los reinos creados por los señores de la guerra germánicos, que al mando de grupos que eran un híbrido de pueblos y masas de mercenarios acompañados por sus familias se apropian de lo que tenían a su alcance en un periodo de debilitamiento del poder imperial, aunque en esto no hacen sino seguir la tradición de los jefes militares romanos que se proclaman césares con el apoyo de sus legiones. Estos reinos heredan más el sentido político de estos grupos de guerreros que el sentido del estado del mundo clásico y con la excepción de algunas ciudades, especialmente en Italia, que tienen cierta organización política, el individuo en ellos no es más que un súbdito dominado por un reducido estamento militar/nobiliario.

Antes de la revolución americana ya hay intentos de rebelión entre campesinos o habitantes de las ciudades, pero esta es la primera revolución liberal que triunfa, que reconoce la igualdad de los ciudadanos y que proclama una constitución. En Francia todo ocurre con mayor violencia y caen por igual cabezas coronadas y sospechosos durante el terror, magníficas abadías y obras de arte religioso. Pero, aunque más por azar que por necesidad (leer en 3 de esta serie), este es el camino que se creó para la libertad social, política e intelectual de la que hoy disfrutamos. En España, como en muchas otras partes de Europa, el proceso se retrasa considerablemente, pero finalmente triunfa el ideal de la declaración de derechos del hombre y del ciudadano con la proclamación de constituciones que son fruto de la libertad presente y garantía de la futura, aunque su azarosa existencia es conocida por todos. Este proceso tiene como adversarios o francos enemigos a todo lo vinculado con el antiguo régimen, desde la inquisición a los fueros, y el carlismo es una buena síntesis de todo ello. No es de extrañar que el camino hacia el estado moderno sea el del enfrentamiento con esos poderes y que su triunfo haya supuesto la derrota y desaparición de las instituciones de origen premoderno.

Es muy fácil reprochar en el albergue de montaña al guía el camino de cabras por el que nos trajo de vuelta, pero quizá sin este guía o sin seguir sus consejos, estaríamos o perdidos o despeñados en un barranco que no vimos por causa de la niebla. Es contradictorio reprochar algo a un procedimiento cuando se goza de sus efectos y esto es ni más ni menos que lo que hacen nuestros “nacionalistas favoritos”, que son de raíz carlista y que encuentran el origen de todos sus males en haber apoyado a un rey absolutista, porque el resto de sus agravios históricos no son más que sueños. Sin embargo se lo reprochan a un estado constitucional que garantiza y aun protege su derecho a la crítica, mientras que un rey absoluto los habría mandado exterminar. No me refiero al contenido de la Constitución actual, sino al principio liberal de que es el pueblo el que se da una constitución y recupera la soberanía, y a esta situación hemos llegado como dije. Evidentemente podemos lamentar errores y aun inconsecuencias en este proceso, como lamentamos que se destruyera Cluny o que reinase el terror en Francia durante largo tiempo, pero para que triunfase el estado liberal fue necesario abolir toda discriminación entre ciudadanos. Es esto y no otra cosa lo que significa la abolición de los fueros: el reconocimiento de la libertad y de la igualdad de todos los ciudadanos, y es lo que significa actualmente.

La reacción de los nacionalistas a estos hechos varía en sus motivos desde una defensa de las libertades individuales y del derecho a las particularidades hasta el etnicismo más absurdo. Pero lo mismo que defendemos la libertad de pensamiento, de religión o de libre asociación política, el reconocimiento y la defensa de un idioma o una cultura es parte del ideario liberal y por eso la Constitución promueve la descentralización y las autonomías. El choque llega cuando los ultranacionalistas fomentan el concepto absoluto de nación en contra de las naciones reales que proceden de nuestra evolución política hacia la libertad. Eso es lo que rechazamos: que haya un ente suprapolítico que dirija nuestra vida, esa nación que le obliga a uno a que le guste el txistu, pero no la guitarra y que deba imperiosamente terminar la conversaciones con un “agur”. Podemos admitir que se debata sobre proyectos políticos, pero no, vernos dominados por naciones imaginarias con derechos históricos imaginarios y, lo peor, más allá de la discusión. Porque un nacionalista algo leído se reirá de todo lo que huela a español y dirá que podemos decidir otra cosa, pero sus mitos son intocables. ¿Podemos segregar por un referéndum la margen izquierda del Nervión y las Encartaciones, cuya cultura vasca es o dudosa o tardía? O la Rioja alavesa, más rioja que alavesa. Y qué decir de Navarra en todo o en parte. Pero eso no. Ahí chocamos con lo indiscutible, con lo metafísico, con lo irracional. Nadie duda de que hay un conjunto de personas que tienen en parte orígenes comunes y que mantienen una lengua ajena en buena medida a las que le rodean, pero las relaciones políticas son de otra naturaleza y están en otro orden de cosas. Se trata de una comunidad de vida, de derechos y de intereses creada a lo largo de los siglos y que no puede ser disuelta como un azucarillo en el agua. Su ruptura es un desgarro, violento y traumático, que va contra el deseo de muchos y contra los intereses de la mayoría, y que si beneficia a unos es a costa de otros y más bien perjudica a todos en un absurdo monumental. Lo que está claro es que no beneficia a todos y en este proceso la mera repetición machacona de los ensueños de Sabino Arana no sería más que una ocasión para la risa o la sorpresa, pero no nos habría llevado por ella misma al dichoso “conflicto”. Cómo hemos llegado hasta él será cuestión para mañana.
 
Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


5


Cuando abandonamos la racionalidad aparecen los monstruos y elementos como Goebbels nos quieren convencer de que una mentira repetida mil veces se convierte socialmente en verdad, pero realmente sigue siendo una mentira sólo que más aburrida o más peligrosa, según los casos. Una de las tácticas del nacionalismo vasco es repetir sus deseos hasta que se conviertan socialmente en verdad y uno de ellos es la eliminación de la España real e incluso de su concepto y de la palabra y sustituirlo por una Euzkadi/Euskadi/Euskal Herria que ni en su existencia, ni en su concepto ni siquiera en su palabra tiene más base que sus machacones deseos. Que España no es algo metafísico ya lo deberíamos tener claro a estas alturas, pero es igualmente claro que ha existido una integración de parte de los pueblos que habitaban la península que los romanos denominaron Hispania hasta llegar a la situación actual. Este proceso ha sido desigual en su forma, voluntario o involuntario, necesario o accidental, pero nunca violento. En cambio la Euzkadi de Sabino es la nación que nunca existió pues los vascos nunca formaron un estado sino pequeñas comunidades integradas en los estados existentes, y recordemos que Navarra no era un reino vasco pues ni fue la lengua en que escribieron sus leyes, ni fue la que hablaban los que repoblaron la ribera durante la reconquista, ni sus reyes eran otra cosa que padres, hijos, tíos o primos de los de León, Castilla o Aragón, o lo eran ellos mismos. Es preciso añadir que el aislamiento de unas comunidades vascoparlantes con respecto a otras fue suficiente para que cada una hablase un dialecto diferente. Ni existió en su concepto, pues los reinos de España no eran más que los dominios de los señores que tras la invasión musulmana encabezan la resistencia primero y la reconquista después, pero sólo desde una base territorial, no de naciones o etnias separadas, que habían sido disueltas en la Hispania romana y en el conjunto del Imperio. Y, por fin, ni siquiera la palabra Euzkadi es otra cosa que un invento de Sabino, que además utiliza una terminación para grupos de vegetales, y así en vez de "el conjunto de los vascos" se debería traducir por "el vascal" o "la vasqueda".

Tenemos, por lo tanto, algo real, España, con gentes de origen vasco por toda la península y América y con gentes de toda la península en el País Vasco, con representación parlamentaria, con unidad económica, cultural y social, que tiene que ser destruido para crear la soñada Euzkadi nacionalista de las siete provincias. Pero esto no es volver a algo que existió, pues ni hubo tal cosa ni de haberla habido sería posible un simple retorno. No la hubo como unidad política, que es lo relevante, porque la relativa unidad cultural no es suficiente. En Austria o Suiza se habla alemán y no austriaco o suizo, y no sólo en Francia se habla francés, pero nadie imagina al Président de la République exigiendo la unidad con los cantones francófonos suizos, con la Valonia belga y, por qué no, con el mismo Québec, ni una llamada desde Berlin a la unidad del Deutsches Volk. Esto nos sonaría a lo que nos suena, además de a Otegi o a Egibar. Pero ni en caso de haber existido tal unidad tendríamos una simple vuelta atrás. Los saltos en el tiempo vamos a dejarlos para las películas de ciencia-ficción. Todo acto es un acto nuevo que se suma a la corriente de la historia y podremos volver al pueblo de nuestra niñez, bastante cambiado ya, pero no a nuestra niñez. Cualquier acto social o político con respecto al País Vasco o a España es algo del presente con consecuencias para el futuro y por tanto con un valor propio, no una vuelta al pasado, tan imposible como volver a la niñez, que podemos asegurar que existió. Si hubiese que discutir sobre derechos históricos o fueros deberíamos enfrentar entre ellos a los políticos del siglo XIX, pero nosotros hablamos desde el presente hacia el futuro y tomamos nuestras decisiones, no somos muñecos del guiñol manejados por la nación metafísica o por el pasado omnipresente. Nada hace esto más evidente que la curiosa filiación política de la familia del mismo Arzalluz, por lo que dicen los libros, o la "conversión" de Sabino Arana, que libremente cambian de opinión en abierto choque con el pasado. Y es esa misma libertad la que nosotros tenemos para evitar sujetarnos servilmente a ideas totalitarias de pueblo o nación.

Nos queda la otra alternativa, la del vascoparlante que desea que se respete esa identidad cultural. Hasta aquí de acuerdo, pues cualquiera desea hablar, aunque sólo sea por comodidad, la lengua que domina. No olvidemos, sin embargo, que los nacionalistas presumen excesivamente de su singularidad cultural, algo así como si fueran una tribu masai transportada al Yukon. Veamos esto con un poco más de detalle. Con excepción del lenguaje no hay gran cosa de singular en la cultura vascófona. Podemos ver la flauta de tres agujeros acompañada con tambor hasta en la romería del Rocío, boinas por todas partes y dejando a un lado lo jocoso, todas las características que llaman la atención a un antropólogo cultural: la religión, la estructura social y familiar, la vestimenta, son afines a las de su entorno. En lo referente al lenguaje podíamos parodiar a Groucho y decir que partimos de lo que no sabemos para llegar a la más absoluta ignorancia. Hay quien defiende que la lengua vasca es de origen local, anterior a la llegada de las lenguas indoeuropeas, sean las que sean las teorías sobre éstas, otros buscan emigraciones africanas, afinidades vasco-caucásicas (hay unos libros que reúnen el conjunto de "etimologías" más chuscas que he podido encontrar para demostrar esto). Lo cierto es que nada hay seguro, pero lo que lo hace más difícil es que el estudio del euskera sólo es posible levantando capa por capa. Primero quitamos las influencias romances: nazioa, por ejemplo, luego las latinas, abendu de adventus, gela de cella. Después sería necesario levantar las influencias célticas o ibéricas, pero de lo que nos quede no es posible deducir mucho. Los primeros textos son del siglo XVII, con excepción de las glosas emilianenses, y nos resulta imposible reconstruir como no sea en arriesgadas hipótesis el estado del euskera en el pasado y sus afinidades o relaciones. Con más voluntad que acierto traen en su apoyo cosas tan peregrinas como los Rh, las medidas craneales y demás antiguallas de la antropología del siglo XIX. Quizá alguno se saltó las clases de genética de poblaciones o las de antropología donde se aclaraba que lengua, cultura o linaje no siempre van asociados. Así que las demostraciones de ser un pueblo prehistórico, que no son tales, no afectan inmediatamente a la lengua. Pero insistiré una vez más en que el peso del pasado no debe aplastar al presente y sea cual sea el origen y relaciones del euskera, el derecho de sus hablantes está por encima de todo. El estado debe garantizar esos derechos, pero igualmente los de los demás. La llamada normallización ha consistido en la imposición de filtros a favor de los vascohablantes, de imposición de un bilingüismo al que el ciudadano tiene derecho, pero no obligación (y digo que defiendo el monolingüismo vasco para quien lo desee, para evitar críticas inútiles). Pero la situación es tan absurda y tan nefasta como si los católicos de España siendo mayoría impusiesen su opción a los de otras confesiones. Esto fue la tiranía de otras épocas. Hoy que la gente es poco religiosa se trata de crear un grupo social con la lengua como aglutinante que lo invade todo y que se impone a nuestra libertad.

Otro día más

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


6


Los principios de la razón y la libertad podríamos basarlos sin mucho esfuerzo en el sofista griego: el hombre es la medida de todas las cosas. Estos principios han alumbrado la marcha del ser humano a lo largo de la historia como luces lejanas en medio de amplios espacios de oscuridad. No bastaban ni para leer un papelito, pero marcaban el camino. Frecuentemente cada individuo, cada grupo, necesita, busca y construye o adopta algo fuerte y seguro contra los peligros y la incertidumbre. Siguiendo con el ejemplo, si las luces están lejos nos dirigiremos a cualquier covacha antes que dormir al raso.

Recordando el teorema de la bicicleta, una idea cualquiera, aun la mejor, es mirada con sospecha al principio, pero si son muchos los que la comparten atrae a otros haciéndoles creer que o bien tantos no se pueden equivocar o bien es mejor tener compañeros fieles aunque sea en el error compartido. Se dice que cuando un ciego guía a otro ciego ambos acaban cayendo en el mismo agujero, pero con frecuencia el camino es largo antes de caer y ambos ciegos llegan a convencerse de que tienen un especial olfato. Sin embargo lo racional es presentar cada idea como lo que es: insegura y necesitada de revisión, y evidentemente esto no da las garantías de seguridad que busca el temeroso. En cambio, cuando las ideas se presentan como un absoluto, dadas por Dios, por el desarrollo inevitable de la historia, por la naturaleza o lo que se quiera que da prestigio, no es un pobre hombre el que habla: se trata de un profeta y sus palabras son indiscutibles. Entonces la razón se levanta para protestar y dice que una idea es una idea por más que uno se suba a un monte para proclamarla, pero muchos se vuelven contra ella. Nadie quiere volver a la incertidumbre y al miedo a lo desconocido. Y el nacionalismo es una de esas ideas absolutas que sirve para congregar a un gran número de fieles.

El ser humano es relativamente débil como cazador, lento tanto para cazar como para huir, sus sentidos no son muy agudos y no hay parte de su cuerpo que parezca especialmente adaptada a una función concreta, y la mano, que es lo más adecuado para el manejo de cosas con precisión, debe además ser fuerte para cargar o golpear. La inteligencia es su gran arma, pero aislado desde su nacimiento carecería de las capacidades más elementales para sobrevivir, e incluso, dentro de grupos pequeños su cultura no llega a ser sino elemental. Al fin y al cabo cada persona no puede poseer más que un número limitado de conocimientos. La estrategia fundamental del ser humano para triunfar ha sido la organización social. De recién nacido no necesita ser un cazador eficaz, como la serpiente, y no debe confiar sólo en sí mismo ni siquiera de adulto, sino que la colaboración le proporciona su fuerza y una inteligencia compartida, que es la cultura. Pensemos que muchas funciones que nuestra cultura social nos da hechas: fabricar un cuchillo, por ejemplo, serían algo inalcanzable para un solitario pues las técnicas de tallado de la piedra se desarrollaron a lo largo de miles de años. Y qué pensar si no, de la medicina o de la construcción. Así un ataque en grupo contra cualquier gran animal tendrá muchas más probabilidades de éxito que todos los ataques individuales que pudieran sumar sus miembros.

Pero la vida social se basa en la confianza, aún más, en una certeza suficiente de que el compañero no es un enemigo y en una valoración relativamente exacta de lo que se puede esperar de cada compañero individualmente y por grupos. En cada conjunto de individuos que tienen un conocimiento suficiente unos de otros se crean alianzas tácitas o explícitas, acuerdos en relación con asuntos determinados, que permiten saber quién es un potencial colaborador y quién un rival y se valora la certeza acerca de esa colaboración. Por lo tanto se valora con la máxima seguridad un acuerdo que se entiende como inviolable, no como meramente provisional y que ha sido puesto a prueba repetidamente con éxito. Uno siempre puede dudar de la palabra de un vecino, pero da su máxima confianza a alguien que se compromete a morir por una idea común o por unos ritos o libros que todos tienen por sagrados. La familia o el clan funcionan como redes de solidaridad donde unos miembros corren a defender a los otros y cada uno tiene una certeza razonable de que puede afrontar un peligro porque los demás acudirán en su ayuda. Pero la idea de familia o clan no se entiende entonces como una relación más o menos superficial de parentesco, sino como algo que obliga a ayudar y que desacredita a quien no lo hace y lo castiga con el aislamiento. Lo mismo sucede con las formas sociales de religión o de grupo gremial o político. Así la idea absoluta de nación, que es de este mismo género, da la certeza subjetiva de que en un conflicto se compartirán no sólo las ideas sino los riesgos y los beneficios por igual. Frente al individuo aislado, estas estrategias siempre son ganadoras. Hasta que caen en su agujero.

En una sociedad grande donde reina la seguridad, las relaciones sociales son más bien ligeras, con la excepción de un pequeño grupo de amigos y familiares. Pero cuanto mayor sea la tensión exterior, mayor es la recompensa de contar con un grupo de fieles compañeros. La fe en el grupo, que a veces implica grandes renuncias, es una especie de prima del seguro de la colaboración y, con frecuencia, a mayor peligro y mayor riesgo por cubrir, mayor es la prima, es decir, las exigencias de la ideología de grupo. A veces el peligro, como el infierno, son los otros: grupos rivales más organizados, más cohesionados, en competencia por los mismos recursos, y el grupo más organizado tiende a aventajar al menos organizado. Puede que no haya un peligro inevitable, pero una vez que comienza la competición no hay más remedio de sumarse a ella o perder. O quizá esperar pacientemente las crisis internas, si uno sobrevive.

En el caso del País Vasco son las guerras carlistas el detonante de nuestro problema. Con anterioridad, los conflictos fueron de diverso género e intensidad y casi siempre internos al país. De hecho la ideología predominante de raíz bíblica sobre la descendencia de los hijos de Noé no daba lugar al nacionalismo sino a una interpretación mucho más “religiosa” de la historia. Pero una vez formado un grupo: el de los seguidores de los pretendientes carlistas, tan lejanos de lo vasco como el Maestrazgo lo está de Estella por ejemplo, la “bicicleta” se ha puesto en marcha. Ya tenemos un grupo de fieles y ahora sólo falta buscar a quién serlo. En las guerras de la antigüedad, cada jefe se atraía a un conjunto de voluntarios por su prestigio social, por la promesa de botín, o por el más tangible sueldo. Todo iba bien con las victorias, pero con las derrotas el prestigio caía, no se veía botín y se acababa el sueldo. Así muchos de estos grupos de seguidores experimentaban súbitos cambios de fidelidad pues era más fácil y seguro continuar con el grupo y servir a otro jefe que disolverlo. Es el mismo cambio de fidelidad de Sabino: ya tenía el grupo y un jefe derrotado. Y se buscó otro, la nación vasca. Esto no tuvo por qué ser intencionado, de hecho, no creo que lo fuera, pero a veces nuestros instintos trabajan por nosotros sin que seamos conscientes de ello. Además este nuevo jefe era un absoluto, algo parecido al “no quiero servir a un señor que se me pueda morir” de S. Francisco de Borja ante el cadáver de la emperatriz, sólo que Sabino se consagró a Euzkadi. Aunque es posible que su idea integrista de Dios fuese su fin principal y Euzkadi un medio.

Mañana más

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


7


Las masas humanas, como las materiales, tienen una especie de ley de inercia propia: tienden a seguir siendo lo que son si una causa no lo altera y esta resistencia inercial es mayor cuanto mayor es la masa. A masa más pequeña, más fácil se la lleva el viento (estas son observaciones con humor, para que el ambiente sea distendido y no un intento de crear ciencia sociológica). El nombre de inercia viene de una analogía con la incapacidad de hacer algo (in-, ars, artis, la Física se refiere a otra cosa), pero también puede ser una analogía con la pereza mental y con el miedo de los grupos a perder esos referentes absolutos que les dan cohesión, y que forzosamente resulta en un efecto anticrítico o antidisidente. El grupo da la fuerza de la colaboración y los factores que dan cohesión son vistos como muy valiosos (ver 6 de esta serie) de modo que quien los pone en duda se sitúa fuera del pacto de alianza incondicional y, por así decir, deja de pagar la prima del seguro de ayuda mutua. Ya no se sabe si vendrá a socorrernos en caso de peligro y por lo tanto es mejor no invertir nuestros esfuerzos en él. ¿Nos abandona? pues le abandonamos.

En el 6 de la serie ya teníamos formado el grupo nacionalista en torno a una idea absoluta: la Euzkadi intemporal e inmortal de Sabino y los demás factores de cohesión: la lengua, la religión, los apellidos. A partir de aquí el ajeno es más ajeno cada vez: un rival, un enemigo, y el compañero más un conmilitón, un camarada en la lucha. Y las relaciones entre ambos irán necesariamente degenerando hacia la pelea y la guerra. Pero evidentemente, la legitimación ideológica presentará siempre el conflicto como resultado de una agresión exterior, ya no vivimos en épocas heroicas y es mejor explotar el victimismo. El problema ha dejado de ser algo sentido o pensado, algo intelectual o moral, para pasar a ser un enfrentamiento social, no muy diferente a como se producen las guerras de religión o las trifulcas entre aficionados de equipos de fútbol rivales. En principio, Dios pide el amor y el deporte es cambiar del trabajo a la actividad libre, de diversión, pero inexplicablemente el amor acaba en miles de muertos y la diversión en lamentables escenas de violencia. Inexplicable, salvo porque las ideas fundamentales han adquirido un nuevo papel: no se trata ya de religión o de actividad física sino de la contraseña para pertenecer a un grupo cerrado que tiende a la violencia. Hay una historieta sobre un individuo en Belfast al que en plena noche encañonan y preguntan: "¿protestante o católico?" Por si eran unos u otros el individuo contesta: "ateo", a lo que los de las pistolas le responden: "pero ¿ateo protestante o ateo católico?".

Es claro que los intereses humanos más diversos se defienden mejor en coaliciones y el nacionalismo vasco ha formado una tanto para el ataque como para la defensa. El papel de la dictadura de Franco y de la desmotivación política y las rivalidades entre derecha e izquierda han sido muy importantes en el ascenso de esta ideología, pero lo preocupante no es sólo la base ideológica o su desarrollo histórico sino el carácter de grupo en guerra contra el "enemigo exterior" que ha tenido en distintos momentos y que desarrolla en la actualidad. Puede contraargumentarse que el nacionalismo vasco ha sufrido ataques. Cierto. Pero la finalidad de muchos de sus militantes no es el acuerdo y las renuncias mutuas, sino el maximalismo en las exigencias y la contundencia en los actos. De ese modo es difícil ganar amigos y más bien se va agravando la situación. Y si a la ilegitimidad de ejercicio añadimos la de origen, como es diseñarse un paraíso ideal sólo para abertzales del que quedamos excluidos todos los que no renegamos de nuestra idea política ni de nuestro país, nuestras raíces, cultura o lenguaje, convendremos en que su voluntad para "llevarnos bienï" es ciertamente escasa. Además tiene un aspecto, digamos, feo, utilizar un marco político de libertades para destruirlo y crear otro en el que parte de los ciudadanos pasamos a ser extranjeros en nuestro propio país, los mismos ciudadanos que votamos las leyes que les permiten gobernar.

Evidentemente, no nos gusta, no nos conviene y nos negamos, pero hasta ahora nuestras respuestas son individuales y poco organizadas, más todavía cuando hay quienes prestan oídos a los cantos de sirena (con bellos cantos las sirenas atraían a los marinos hasta las rocas, donde naufragaban) contra la colaboración constitucional PP-PSE-EB. A EB ya la han llevado a las rocas con un personaje de cuidado al mando del barco. Con respecto a los otros dos partidos, dan palos al PSE ("hemos gobernado tapándonos la nariz") y zanahorias (colaboración contra la derecha española) y abundantes palos al PP, del que no esperan colaboración. Pero la historia la conocemos todos. Aun así, la fuerza de los hechos reúne muchos de los esfuerzos de estos dos partidos, que no tienen la desvergüenza de PNV-EA para presentarse a las últimas elecciones autonómicas como ¡tres! grupos, uno por provincia, aplicarse la ley D'Hont, que beneficia a las mayorías, como ¡uno! solo y formar ¡dos! grupos parlamentarios. Y después de obtener esta singular mayoría que no les permite ni gobernar ni aprobar presupuestos, dicen que los demás no aceptan los resultados. Deben de creer que los votos son para siempre y que nunca van a perder unas elecciones.

Esto no sería muy sorprendente si se tratase sólo de palabras, pero el nacionalismo ha creado una fractura social, de la que tienen la desfachatez de acusar a los demás, con la que sitúan a todos los "españoles" en el objetivo de sus programas de ingeniería social. Es verdad que a ETA no es necesario marcarle los objetivos, pero el nacionalismo tiene los mismos enemigos y por su parte les atiza con lo que tiene, incluso acusándoles de beneficiarse de los muertos. Todo un alarde de estilo y saber estar ¡sí señor! Y añadamos los sindicatos afines, los chanchullos empresariales y demás caciquismos que este foro denuncia sin cesar. Pero quien no se calla, quien expone la situación, es acusado de dividir la sociedad. En fin, estamos como la señora con un ojo morado que recibe a una amiga. Ésta le pregunta por cómo la trata su marido a lo que la primera responde bajando la voz: "no puedo quejarme" . La amiga insiste: "o sea, que ¿te va bien?", a lo que la del moratón responde bajando aún más la voz: "digo que no ¡puedo! quejarme". Y en esta zurra participan voluntarios como el particular que señala a "esos del PP", el que sabiendo calla, el que arma ruido para distraer la atención y por último, los maestros del disimulo, catedráticos del engaño, embaucadores de charleta, repartidores de indulgencias sin arrepentimiento, escritores con tinta de calamar, bufones de su señor, trileros de la noticia, equilibristas de la moral, duermeconciencias, tapavergüenzas, y banda de música. ¡Culpables también todos ellos!

Mañana más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


8


En tiempos menos afortunados que los actuales, todos los reyes tenían su bufón, sus poetas, sus pintores y sus cronistas. El bufón se limitaba a divertirles aun a costa de sí mismo. Los poetas, de modo más elegante, lograban con elogios un fin parecido, al igual que los pintores de cámara. Los cronistas retocaban la historia a gusto de su patrón de manera idéntica a como el pintor retocaba las narices de sus retratos, y todos realzaban con sus artes respectivas la imagen de aquéllos a quienes servían, a veces con mucho esfuerzo. Dada cualquier estructura de poder, cada uno de los que participa en ella obtiene un cierto beneficio y aporta su propio esfuerzo, y su papel es importante y merece la recompensa del poderoso si sus bufonadas o sus poemas refuerzan la estructura. Su pago puede ser un simple salario o las esperanzas de obtener otras ventajas, pero durante siglos diversos artistas pusieron sus talentos al servicio de la glorificación y la legitimación de los poderosos y nos quedan palacios, pinturas, esculturas y obras literarias que ponen al patrocinador a gran altura por encima de sus súbditos exaltando la diferencia con respecto a ellos y exigiendo admiración y fidelidad al pueblo. Hoy las cosas han cambiado en lo político, pero sigue habiendo quienes pueden recompensar las alabanzas y las legitimaciones que reciben de partidarios desinteresados o a sueldo.

Entre nosotros tenemos de esos ejemplos y a montones. Algunas personas utilizan su presencia en el mundo de la cultura o de la comunicación como un lugar destacado desde el que hacer su pequeño servicio a la causa nacionalista. Por un lado haciendo la vida más agradable a los dirigentes, que a nadie le disgusta que le llamen padre de la patria. Por otro, llenando nuestros ojos y oídos de las grandes obras que el poder realiza en nuestro beneficio. Pero, por último y más bajo en la escala de lo infame, disimulando y encubriendo los abusos, desmanes y hasta crímenes que se comenten en nombre del nacionalismo vasco. Dicen que cuando el astrónomo señala la luna, el tonto sólo se fija en el dedo y en esta tierra y en este foro hay muchos voluntarios para este papel que cuando les señalan repetidamente los crímenes de ETA o las marrullerías del llamado nacionalismo democrático se ponen a escribir la enciclopedia universal del dedo con ilustraciones. Pero yo no creo que sean tontos en absoluto sino artistas del retoque, del perfil favorecedor, de la idea ilusionante, prestidigitadores de la opinión pública que intentan provocar que todos los demás centremos nuestra atención y nuestras discusiones en el dedo y nos olvidemos de lo importante: que los ciudadanos de un país democrático nos vemos ante el fuego cruzado de los que disparan desde ETA y presionan desde PNV-EA. La espada y la pared.

Tenemos presuntos intelectuales, abertzales con vocación artística y un par de capellanes castrenses dispuestos a distraernos de lo principal. Si hay un asesinato, se saca el fantasma de Franco o del GAL hasta que todos estemos hablado del pasado y nos distraigamos del presente. Si Arzalluz aparece sonriente junto a Otegi y firman pactos para privarnos de nuestros derechos, se nos dice que no podemos confundir nacionalismo con ETA. La cosa es sacar el balón del área aunque sea de un patadón y mandarlo al campo contrario. Son como las actividades de desinformación de los servicios de inteligencia. Una de las actividades previas al desembarco de Normandía consistió en hacer creer a los alemanes que la previsible invasión iba a tener lugar cerca del paso de Calais y, en los días previos, en arrojar desde aviones cargas de pequeñas láminas metálicas que llenasen de señales los radares alemanes. Así les hacían trabajar sobre indicios falsos, perder el tiempo y desviar parte de sus esfuerzos. Algo parecido tienen a su cargo los escritores con tinta de calamar, que sirve para ennegrecerlo todo y confundir. Pero lo que no pueden creer es que no nos hemos dado cuenta. Todos sabemos cómo funcionan la mayoría de los timos: el de la estampita, el tocomocho o los triles, por ejemplo. Siempre hay tres personajes principales: el timador, el pardillo y el cómplice que convence al pardillo de que todo esta bien y al final se reparte las ganancias con el timador. Los papeles están dados y a nosotros sólo nos queda decidir si aceptamos el de pardillos. Y ¿qué ganan estos propagandistas de la fe? Pues nada menos que una opción a subirse al carro del vencedor o hacer oposiciones para futuros héroes nacionales.

Pero hay otra función de los mercenarios de la cultura: la de crear uniformidad y espíritu de grupo. Están cada día más lejanos los tiempos de la “mili” pero aún recuerdo el constante “prrrámpan parámpan” con el que solíamos desfilar. La música podía ser de mejor o peor calidad, pero lo importante era el ritmo que permitía coordinar los pasos con el pie izquierdo. Servía para unir las acciones de numerosos individuos en un fin común. Muchas otras características culturales adquieren la misma función, y la forma de vestir, de hablar y aun de moverse clasifican al individuo dentro de grupos perfectamente conocidos. Del mismo modo que el ritmo de los tambores, parecen una cosa pero sirven para otra bien distinta. Según la primera función, la de consolidar el poder, incluso despiertan el entusiasmo de los que desfilan y les transmiten la idea de que están en un papel importante dentro de un obra importante. La “moral de la tropa” es ese estado de ánimo que cree en lo que hace y en su importancia, que convence de las posibilidades de victoria y de que se va estar entre los ganadores. Aquí leemos con frecuencia a nacionalistas diciendo eso de que “vamos a seguir ganando y gobernando”. Son como los actores famosos que visitaban en el frente a las tropas norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial. No parece que se plantean las sucesivas elecciones como procesos democráticos que unas veces darán un resultado y otras el contrario sino como batallas dentro de una guerra, y ellos se encargan de animar a la tropa. Según la segunda función, la de marcar el paso, esa culturilla de parvulario con sus accidentes geográficos y héroes históricos, forja luchadores para la causa y mantiene las filas organizadas. Sería terrible que empezasen a cuestionar las ordenes de la superioridad y la estrategia en plena batalla, que así la ven.

Otro día más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


9


Los nacionalistas de este foro y los del mundo real tienen una táctica infalible para “ganar” en el debate y en la política. Si cogemos el balón con la mano nos dicen que el partido es de fútbol, pero en cuanto lo dejamos en el suelo, las reglas cambian y nos encontramos de nuevo jugando al balonmano. El caso más evidente es el del concepto de nación. Supongo que ustedes han leído ya el artículo que José María Ruiz Soroa publicaba en El País y que tan amablemente nos aporta Carlos López y, si no, les recomiendo que lo hagan porque ese aburrido sonsonete de: ”los vascos tenemos derecho a decidir” lo desmonta con la sencillez de lo verdadero y de lo evidente. Pero hoy vamos a profundizar algo más en el tema y a ponerles del revés a los nacionalismos unos conceptos tan queridos para ellos como los de pueblo prehistórico y lengua prehistórica. Para lo que haga falta, imagino que contaremos con la colaboración de Bruno Muñoz Catarain en temas de biología molecular y aun de historia.

Como resulta sabido ya para cualquiera con un mínimo interés por la filosofía, nuestras ideas sobre la realidad contienen una buena dosis de teoría y nada es tan evidente y tan inmediato como suponemos en nuestra ingenuidad. No es extraño por lo tanto que para explicarnos el mundo tengamos que recurrir a lo generalmente aceptado. Hoy los estudiantes se ríen de que en la antigüedad algunos pueblos creyeran que el mundo estaba rodeado por arriba y por abajo de agua. Pero es que llueve de arriba y si cavamos un pozo llegamos al nivel freático y aparece agua. Y esto era tan evidente entonces como ahora, sólo que sus teorías no eran suficientemente refinadas.

El concepto de nación ha tenido igualmente diversos desarrollos y aplicaciones a lo largo de la historia. Los griegos lucharon casi unánimemente contra los persas como una especie de deber nacional y la traición de Tebas no se pasó por alto. Los celtas continentales, que no formaron estados hasta la influencia mediterránea, tenían un concepto de etnicidad superior al del pueblo al que pertenecían (helvetii, arverni, boii) y los egipcios lucharon con especial energía contra las diversas dominaciones extranjeras hasta que asirios, babilonios y persas comenzaran una destrucción que se completó bajo griegos, romanos y árabes. Pero sería necesario saber en cada caso qué factores eran los que se tenían en cuenta en cada caso para ser incluido o no dentro de esos grupos. Podía tratarse del linaje, la lengua, la religión o cualquier otra forma cultural. De hecho, el mito celta tiene mucho de romántico y es muy dudoso que los primitivos irlandeses o británicos tuviesen una conciencia de pertenecer a un mismo grupo. Ese concepto romántico de nación o pueblo es una nueva teoría que viene a racionalizar las evidentes similitudes y disimilitudes entre grupos humanos y no tiene por qué haber sido de aplicación antes de que se formulara. Cuando nos hablan de los hunos o de los ostrogodos, tendemos a pensar en pueblos que llegaron de Asia central o de la actual Suecia tan puros y definidos como en la estampa de un libro, pero la realidad es muy diferente. A grupos de un linaje común se sumaban otros procedentes de pueblos derrotados o aliados, o mercenarios individuales, o mujeres y niños raptados. El concepto de nación era quizá muy elástico y reunía a todo el que quisiese colaborar o se sometiese a un jefe. Y es verosímil que el concepto moderno de pueblo comience al ser derrotado el antiguo régimen y verse la necesidad de un sujeto que posea la soberanía y que concite la fidelidad de los ciudadanos y sustituya al señor. Termina así en Europa un ciclo monárquico y feudal y se retorna al concepto más clásico de estado y ciudadano.

Pero si los conceptos de nación o pueblo han variado a lo largo de la historia, es absurdo identificar un sujeto más allá de la historia que haya permanecido inmutable a lo largo de los siglos. En el siglo XIX con los progresos de la biología, se introducen en la teoría sobre pueblos y naciones conceptos como raza pura o caracteres de clasificación. Ponemos cráneo braquicéfalo donde poníamos planta dicotiledónea y ya tenemos una nueva clasificación taxonómica. Añadimos los Rh o algunas características antropométricas y un poco de entusiasmo linneano y aparecen razas y pueblos por todos lados. Y eso se añade y se remueve sobre los conceptos metafísicos románticos. Para redondear la obra se observa también en el siglo XIX que lenguas tan lejanas geográficamente como el latín, el griego o el sánscrito tienen muchas afinidades en léxico y gramática, lo que sugiere una relación, una evolución y un nuevo modo de clasificación. El resultado de añadir una buena dosis de extremismo político convirtió la mezcla en explosiva. Pero antes de que el extremismo nazi floreciera, se había creado y abonado un campo de ideología en el que pueblos indoeuropeos guerreros dominaban a pueblos inferiores en técnica militar o en el uso del carro o del caballo. Quizá los amantes de lo simple lo acortaron un poco y lo dejaron en pueblos inferiores, a secas, pero sin concepto de pueblo netamente diferenciado no sería concebible el de pueblo inferior o superior.

Todo esto no significa que no existan pueblos y naciones sino que la realidad se parece más a una amalgama que a un elemento aislado. Si tenemos en cuenta los avances de las ciencias en biología, lingüística o historia, un montón de conceptos caducos caen por los suelos. Da penita oír como se saca a colación el Rh sin haberse puesto al día en genética de poblaciones y naturalmente el resultado es también irrisorio. O cómo se nos habla de la lengua de los habitantes prehistóricos y pastoriles a los que alguno ya casi imagina con txapela. Un pueblo no es una realidad cerrada y definida sino que es algo parecido a una población en términos genéticos: un conjunto de seres vivos de una especie, es decir, que pueden dar híbridos fértiles por cruzamiento, que están aislados de otras poblaciones por algún tipo de barrera. El cruzamiento dentro una población es, en principio, al azar y, por lo tanto, en ausencia de barreras, toda la especie sería una única población. Pero si existe cualquier tipo de barrera que impida la mezcla de dos poblaciones, los procesos de selección o deriva genética implicados en la evolución, tienden a alterar la frecuencia con la que diferentes cualidades heredables aparecen en cada una de ellas. Como esas cualidades son las que se tienen en cuenta para clasificar taxonómicamente, podremos tener dos variedades, subespecies o llegado el caso dos especies.

Tomemos el caso del Rh. Sin entrar en las intimidades del genotipo, todo ser humano es clasificable como Rh+ o Rh-. Lo que varía en cada población es el porcentaje de cada tipo, No hay un Rh típicamente vasco o no vasco sino una mayor frecuencia de Rh- en la población autóctona. Usted puede encontrar Rh- en Turquía y una buena cantidad de individuos Rh+ en cualquier batzoki. Pero que haya características diferentes en diferentes poblaciones es lo esperable dado un tiempo de aislamiento, por lo cual es necesario precisar que no son las cualidades diferentes las que originan el aislamiento, sino que todo comienza con el aislamiento. Es decir, primero tiene que haber una causa externa que aísle a cada población y después lo esperable es que se vayan diferenciando.

Como el tema da para mucho más, dejamos el resto para mañana.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


10


Ayer decíamos que los pueblos son grupos humanos aislados por barreras que impiden o al menos dificultan el tránsito de personas y que ese aislamiento es un factor necesario para que aparezcan las diferencias genéticas que todos podemos observar: diferencias en estatura, pigmentación; o las que se revelan en estudios científicos: Rh, grupos AB0, o de histocompatibilidad. Pero el periodo de aislamiento de cualquier grupo respecto a los demás es mínimo en términos de evolución y no ha dado lugar a especies sino a meras variedades o razas. Lo que es necesario tener en cuenta es que el ser humano es social y cultural y, por lo tanto, que los factores de esa índole son tan decisivos o más que la mera evolución biológica como especie. Aunque curiosamente para quien piense lo contrario, esto no es sino otro fenómeno de esa evolución biológica con más factores en juego. El hecho del aislamiento puede haber dado lugar a fisonomías tan diferentes como las de un esquimal y un masai, pero eso se debe a la necesaria adaptación fisiológica a medios tan diferentes. Sin embargo dentro de espacios más reducidos no son las barreras físicas las que principalmente constituyen los pueblos y naciones sino las sociales y políticas. En cualquier caso, los pueblos no son algo definitivo pues con la desaparición de una barrera se constituye una población unión de las dos anteriores y se homogeneizan dentro de ella las características genéticas.

Del mismo modo, los lenguajes no pueden ser considerados como entidades cerradas e inmutables. Un español y un chino utilizan códigos de lenguaje mutuamente incomprensibles, pero lo que existe no son los lenguajes como entidades metafísicas, sino conjuntos de personas concretas que utilizan códigos relacionados por su origen e interacción. El lenguaje, como las frecuencias genéticas, es algo que implica una población. Es imposible, o mejor inviable a medio plazo, un único ser vivo aislado. Siempre existe dentro de una población. Del mismo modo, no es posible un lenguaje estrictamente individual pues el mismo hecho de ser un código de comunicación implica al menos un emisor y un receptor en algún momento. Entonces, aunque los códigos en sí sean tan diferentes como el español y el chino, siempre puede haber hablantes bilingües o plurilingües e incluso crearse un lenguaje pidyin. Por lo tanto, hasta entre lenguajes tan distantes siempre es posible la influencia, y más entre los de poblaciones próximas. Pero las diferencias entre lenguajes aparecen, como en el caso de las genéticas, debido al aislamiento y a la posterior evolución. Dos poblaciones no relacionadas o poco relacionadas acaban diferenciando sus lenguajes aunque hayan comenzado con el mismo y, por lo tanto, la diferenciación de lenguajes no es un hecho meramente lingüístico, sino que implica necesariamente factores sociales, políticos e históricos.

Esto es igual de evidente en el caso del linaje, pues las familias se crean con la relación y son imposibles con el aislamiento. La cultura, otro de los factores para clasificar comunidades humanas como pueblos, se difunde espontáneamente por imitación o por el comercio mientras que no haya barreras que lo impidan. Pero esas barreras aparecen con facilidad, tanto barreras totales como selectivas. Así podemos, por ejemplo, encontrar relojes Rolex o automóviles Mercedes en Arabia Saudí, pero difícilmente ropa de Ágata Ruiz de la Prada o literatura de Saramago.

A estas alturas, hagamos un resumen. Un pueblo no es algo meramente existente sino en parte una construcción, y ésta ha variado en sus datos y fundamentos teóricos a lo largo de la historia. Lo que se ha tomado en cuenta en cada momento es variable: linaje y apariencia física, religión y otras características culturales, y últimamente, los datos de la biología y la lingüística. Pero como hemos visto, estos factores no determinan unidireccionalmente la existencia de un pueblo, sino que interactúan con otras diversas formas de aislamiento y todo sufre modificación. Normalmente, todo comienza con algún tipo de barrera. A partir de ahí, el resto de factores tiende a variar independientemente y a constituirse en nuevas barreras que a su vez interactúan en un nuevo proceso de aislamiento y diferenciación. Todo este complejo desarrollo histórico tiene que convencernos antes que nada de la falsedad e inutilidad de los conceptos que lo ignoran. Un pueblo no puede considerarse prehistórico, o no más que los demás; ni un lenguaje puede pretender más antigüedad que los otros pues todos los lenguajes, excepto los artificiales como el volapük o el esperanto, hunden sus raíces en la misma historia. Salvo estas nuevas iniciativas, todo es resultado de aislamientos y diferenciaciones o de acercamientos y asimilaciones.

En el caso de los argumentos nacionalistas vemos que su única fuerza es aparente y reside en el círculo vicioso. A se demuestra por B y B se demuestra por A, con lo cual no hay nada demostrado. En el País vasco hay una proporción de Rh- más alta o se habla un lenguaje no indoeuropeo debido al aislamiento, y luego se toman estos factores para fundamentar el aislamiento. El problema es como el del huevo y la gallina, que sólo podemos resolver negándolo en su simplicidad e introduciendo teorías y datos evolutivos. Que haya aislamiento será voluntario o involuntario, lo mismo que la comunicación, pero no se trata de un dato de partida y evidente que debemos resignarnos a aceptar y tomar como base de todo.

Pero aquí llegan los cambios de reglas en medio del partido. Como decía José María Ruiz Soroa, en su artículo, los nacionalistas pueden fundamentar la separación en la voluntad y en la contingencia de una nación llamada España, pero a continuación, fundan la existencia y los derechos de Euskadi en la necesidad metahistórica, independiente de la voluntad de los miembros de este pretendido pueblo y en mucha mayor medida, de la de quienes no forman parte de él. Y en esto ya no caen en un círculo vicioso, sino en una contradicción. Por lo tanto, antes de continuar el partido, debemos saber con qué reglas jugamos.

Algunos participantes en este foro me han pedido propuestas de solución y creo que llevamos camino de ello en esta serie. Primero, denunciando la irracionalidad de algunas posturas nacionalistas vascas, aunque no por nacionalistas ni por vascas. Segundo, denunciando el por qué se consolidan y se perpetúan. Tercero desmontando algunos de sus conceptos básicos, Y, si ustedes me siguen, finalizaremos con el establecimiento de nuevas bases. Del mismo modo que en la construcción de un edificio, es necesario primero excavar el terreno hasta llegar a un punto firme donde asentar los cimientos. A partir de ahí, el edificio ya puede ganar altura.

Otro día, más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


11


El primer paso para resolver un problema es plantearlo correctamente y cuando un problema se resiste a todos nuestros esfuerzos significa que deberíamos replantearlo por si hay algo erróneo que hemos asumido sin crítica. Los filósofos griegos consideraron una difícil paradoja aquella de que el veloz Aquiles jamás adelantaría a una tortuga en una carrera pues para alcanzarla debería atravesar la mitad del camino que los separara inicialmente, y antes, la mitad de la mitad del camino y así hasta un número infinito de segmentos, que por ser infinito, haría irrealizable el intento. Cualquiera podía sobrepasar a una tortuga sin necesidad de tener la velocidad de Aquiles, pero el error del planteamiento no se revela con evidencia hasta la formulación de la teoría matemática moderna con sus conceptos de suma de series y de límites.

En el caso de nuestro País Vasco parece que repetimos sin cesar un error de planteamiento pues la situación no mejora y es evidente que el problema existe. En números anteriores de esta serie he intentado exponer cómo hay factores no racionales que nos predisponen a tomar decisiones erróneas que en vez de permitirnos avanzar nos dejan en peor situación aún. Luego solucionar el problema pasa por replantearlo y examinar qué es lo que nos lleva al fracaso. Durante milenios, la historia de la humanidad ha sido la de unos largos periodos de guerra, separados por breves periodos de relativa paz. Hoy día, prácticamente no se conserva nada en pie de numerosos monumentos de civilizaciones pasadas ni conocemos sus lenguajes, su historia ni su cultura, arrasados por las guerras. Sólo en la segunda mitad del siglo XX, las naciones de Europa se ven obligadas a colaborar y descubren que ninguna de las anteriores guerras les arrastraba fatalmente hacia una nueva. Hasta entonces, la segunda guerra mundial podía considerarse una consecuencia de la primera, ésta una revancha de la francoprusiana que, a su vez podía enlazar con las napoleónicas y así, paso a paso, hasta la división del imperio de Carlomagno, o entre imperio romano y germanos, e incluso más atrás. Pero de pronto, los franceses y alemanes descubren que el vecino no es necesariamente un enemigo y que la colaboración en el plano económico y político lleva a un mayor desarrollo y a un beneficio mutuo. Rota así la cadena de las venganzas y de las rivalidades, Europa puede progresar más que nunca.

Si analizamos el origen de las guerras, no encontramos que los miles de soldados participantes tomados de uno en uno tuviesen nada personal contra los del otro lado ni que se hubiesen planteado invadir o cañonear el territorio contrario. Pero en el plazo de pocos meses se llegan a movilizar millones de soldados y la guerra arrastra hasta a quienes no la desean. Es evidente, entonces, que hay algo superior al individuo medio y que es lo que las desencadena.

Todo conflicto tiene unas circunstancias y depende de ellas en su desarrollo. Por ejemplo, dos personas que necesitan convivir llegan con más dificultad a la pelea y perdonan antes. Sin embargo, dos desconocidos pueden matarse sin ningún remordimiento y más si, dadas las armas modernas, uno no necesita ni ver la cara del otro. Porque incluso dos desconocidos frente a frente tienen la relación humana mínima que es ver unos ojos como los nuestros y que nos miran. Antes del desembarco de Normandía, los comandos aliados fueron entrenados en degollar corderos a cuchillo, más que para perfeccionar el arte del tajo, para superar la repugnancia de cualquier persona a matar cruelmente y a traición. La guerra antigua con espadas y lanzas requería el contacto directo y obligaba a mentalizarse a los guerreros para el salvajismo: unos entraban en combate con cantos, otros se emborrachaban o drogaban y otros incluían rituales de resistencia al sufrimiento o de tortura a los enemigos. Pero siempre había un periodo anterior de creación del espíritu guerrero, que casi nunca es espontáneo.

Una guerra o cualquier conflicto entre grupos se diferencia por lo tanto de los conflictos individuales en que implica a personas que no participan directamente de ninguna rivalidad inicial sino que entran por el mecanismo de alianzas implícito en cualquier sociedad y, por lo tanto, necesitan ser incitadas a la violencia. Además, los que se ven arrastrados a la guerra no tienen objetivamente ningún interés en ella sino todo lo contrario, pues arriesgan una vida o una salud que nadie les podría devolver. Entonces, un grupo entrará más fácilmente en conflicto cuanto más cerrado sea y más participe de una cultura del enfrentamiento.

En números anteriores de esta serie he tratado de plantear cómo el espíritu de grupo llevado al extremo crea un estado de enemistad hacia fuera y un espíritu totalitario hacia dentro. Así se desencadenan las guerras y las tiranías en un perverso binomio que podemos observar con frecuencia. Los motivos que pueden dar lugar a cualquier conflicto existen siempre, pero no son condiciones suficientes para desencadenarlo. Sólo cuando la estructura social se orienta al enfrentamiento, esos motivos dan ocasión a que algo que podría haberse resuelto con el diálogo sea el inicio de una guerra. En ese mismo proceso, los individuos de cada grupo sufren unas exigencias de lealtad cada vez mayores y se llega a la tiranía. El individuo necesita una estructura social para vivir y esa circunstancia es usada para forzar a quienes no desean la guerra para participar en ella.

El conflicto no necesita ni siquiera ser abierto, sino que puede tener lugar lentamente, sin batallas multitudinarias ni enormes destrucciones, pero la situación es similar. Al cabo de un tiempo, además, la situación adquiere “vida propia” y es la propia dinámica de enfrentamiento la que se autoalimenta hasta que el alcance de la destrucción obliga a una parte o a las dos a cesar o disminuir los ataques.

Podemos encontrar por lo tanto hechos que pueden dar lugar a una guerra abierta o soterrada, pero no son las causas propiamente dichas. Podríamos decir que son meros pretextos (sería conveniente recordar aquí al historiador Polibio ya que no lo citamos) para una violencia acumulada socialmente y que se libera de golpe. Así, resulta muy poco útil limitarse a suprimir esos hechos tomados como pretextos si no eliminamos aún en mayor grado esa tensiones acumuladas en cada grupo. Eso no significa que los comienzos de cada conflicto sean siempre banales y que no deban preocuparnos sino que podemos confiar en solucionarlos siempre que no aumentemos la tensión. Por el contrario, descuidar el estado de tensión lleva a que éste aumente según aumentan las ofensas mutuas y su reutilización como forma de crear espíritu guerrero. Y, por otra parte, un estado de tensión siempre busca su pretexto. El trabajo para evitar nuestro conflicto es, por lo tanto, doble: por un lado, resolver las situaciones que puedan dar lugar a enfrentamiento y por otro, disminuir el estado de tensión y las causas que lo originan. Y, como he dicho antes, esto último me parece lo prioritario.

Empecemos por preguntarnos qué es lo que lleva a que un grupo o sociedad esté organizado de una determinada manera y cómo esa organización puede degenerar en una tiranía violenta hacia el exterior y el interior. A mi juicio ese es el primer paso: el planteamiento del problema, para acometer después la solución.

Eso será naturalmente nuestra labor para mañana.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


12


A lo largo de los distintos números de esta serie hemos visto cómo la realidad es descrita mediante conceptos y cómo en ocasiones estos conceptos pueden convertirse en el centro de todo, apartando nuestros ojos de la propia realidad y por lo tanto, en vez de ayudarnos a comprenderla, la ocultan. Esto es muy frecuente y ha sido casi norma universal en la historia de la filosofía, que sólo ha progresado en una constante superación de la tentación especulativa. Sin embargo, hay ocasiones en las que este error se utiliza para encubrir situaciones reales en beneficio de quien engaña con los conceptos. Pero es difícil hacer juicios de intenciones y basta con que nos quedemos con lo primero: que a veces las ideas son engañosas.

Para los aficionados al tema es bastante con mencionar como ejemplo la teoría de las ideas platónicas y su crítica por la filosofía aristotélica que, a su vez, cae en las disputas sobre los universales. Hay una tendencia a dar por real lo que sólo son construcciones teóricas y a tomar lo general como si fuese otro individuo. Ciertamente, no nos vamos a lanzar a filosofar por la calle para solucionar ningún problema, pero no nos vendrá mal un poco de filosofía para evitar caer en nuestros propios errores. Y el problema y los enfoques erróneos que nos ocupan aquí son los relativos al tema de los pueblos y naciones.

Podemos decir que existen los seres humanos individuales, pero evidentemente un conjunto de seres humanos no es sino un ente de razón, algo que sólo decimos que existe en cuanto que existen los elementos que lo componen y éstos se encuentran relacionados de algún modo específico. Por ejemplo, si tenemos el conjunto de jugadores de un equipo de fútbol tenemos igualmente el conjunto de los defensas, el de los que han jugado en la selección, el de los zurdos, pero no tenemos más realidades que unos cuantos hombres contratados por un equipo para jugar. Del mismo modo, si decimos que existe un pueblo o una nación no tenemos más que personas con determinadas relaciones, pero nunca unas nuevas realidades además de los seres humanos. Sólo nos queda por lo tanto una pregunta: cuáles son esas relaciones y qué importancia tienen.

Los seres humanos dependemos en casi todos los sentidos de otros seres humanos. En primer lugar, de quienes nos dan la vida y en segundo lugar, de todos los que comparten con nosotros un sistema político, social, cultural y económico. Todas esas relaciones pueden definir conjuntos muy diversos con los mismos seres humanos como elementos, pero no involucran a todos por igual sino que unos por elección y otros por la mera distancia o cualquier obstáculo geográfico se hallan más próximos que otros en tales aspectos. Así que tenemos dos circunstancias más: el aislamiento geográfico y el voluntario.

Hay grupos, especialmente los más primitivos culturalmente que son simples grupos familiares por efecto del aislamiento. Pero cuando se desarrollan las técnicas de aprovechamiento del medio, la agricultura y la ganadería permiten soportar una mayor población en áreas más pequeñas. Este aumento de población hace posible la especialización en diversas tareas y el desarrollo de la artesanía y del comercio. Y en la medida en que aumenta la complejidad social y económica, aumenta la complejidad de la organización política.

Todos esos desarrollos tienden a formar grandes redes de relaciones que crean conjuntos cada vez más amplios en todos los aspectos, pero un conjunto homogéneo no parece ser estable espontáneamente sino que tiende a reorganizarse según las zonas de mayor debilidad en las relaciones. Así lo más económico suele ser la producción local, y lo más razonable, las familias y amistades cercanas y el gobierno próximo a los intereses. Pero eso no implica que se rompan las relaciones a mayor escala pues, si los medios de comunicación son buenos, las barreras físicas o la mera distancia pierden peso frente a la producción y la organización centralizada.

Las mismas circunstancias afectan a todas la relaciones y todas ellas interactúan progresando o retrocediendo en el mismo sentido. Un ejemplo basta. Nadie comercia a larga distancia sin una seguridad acerca de los medios de pago y de la legislación. Da igual qué sea lo primero, pero ambas relaciones deben evolucionar en el mismo sentido. Y lo mismo vale para cualquier tipo de relación que observemos. En resumen, sólo hay dos sentidos: o la apertura o el aislamiento.

Entonces, ciñéndonos a las cuestiones de este foro, podremos decir lo mismo. La producción, las relaciones sociales, culturales y políticas de ámbito local (País Vasco) son el nivel básico imprescindible, pero o nos integramos con nuestros vecinos (de España y de Europa) o tomamos el camino de regreso hacia la prehistoria. Algunos creen que pueden romper unas relaciones pero no otras, a su conveniencia, y ciertamente podemos comprar productos chinos sin vernos mezclados en otros asuntos, pero hay algo que, como el aire, parece sin importancia porque siempre está presente y es esa interconexión en lo económico, en lo jurídico y en lo político que permite que los medios de transporte viajen sin ser asaltados y que incluso en esos casos haya seguros que cubran el riesgo y autoridades encargadas de velar por la seguridad de personas y bienes. Es por lo tanto necesario un ámbito más amplio que el local para este tipo de relaciones en el que todas las partes tengan derechos equivalentes. Y es exclusivamente eso lo que significa la unidad de una nación: la universalidad de unos derechos para sus ciudadanos. Pues ya ni siquiera las naciones son ámbitos cerrados sino que son por necesidad cada vez más interdependientes y podríamos recordar que la unión europea es más un producto de la práctica que de una vocación mística. Y en esos ámbitos cada vez más amplios, todos deseamos tener los mismos derechos y poder defender nuestros intereses y, por lo tanto, será inevitable una interrelación cada vez mayor de los sistemas que siempre citamos.

Son por lo tanto las redes de relaciones las que constituyen las naciones y los pueblos, son los hechos y no los conceptos especulativos. Porque aquí lo único real son las personas y sobre esa base podemos crear conjuntos más o menos arbitrarios, pero siempre tendrá más importancia una relación práctica que dar “vida metafisica” a algo meramente pensado. No existe el universal “pueblo” (en sentido filosófico) sino que sólo es un concepto basado en un conjunto, y ese conjunto es flexible y dinámico, no estático e intemporal. Cuando alguien pregunta si el vasco es una nación, no debemos caer en la tentación especulativa como si estos conceptos fueran algo real en una especie de cielo platónico, sino devolver la pregunta como se hace con las cartas con dirección equivocada y con la nota: qué relaciones desea usted romper y cuáles mantener, qué derechos desea que se ejerciten y cuáles desea suprimir. Con la respuesta a esas preguntas tendremos algo mucho más cercano a la realidad que si nos enredamos discutiendo sobre ideas abstractas. España sólo es un conjunto de ciudadanos con los mismos derechos en todo el territorio y todo lo demás no ha sido sino un estorbo en el progreso. En el País Vasco existen unas relaciones más amplias que las locales ¿desea alguien que se rompan? Esa es la cuestión y no otras.

Y esas relaciones deben estar basadas en la confianza mutua. La acumulación de odios históricos no es sino una barrera que interrumpe la comunicación y nos pone camino de vuelta al paleolítico. Esa confianza incluye el respeto por todos los derechos existentes hasta ahora. Cualquiera aceptaría probablemente un aumento en esos derechos y es realmente agradable pasar a Francia sin más trámite que pagar el peaje de la autopista y con los mismos euros con los que compramos el periódico en el quiosco de siempre. Pero dudo mucho de que nadie quisiese perder sus derechos como ciudadano español y quedar encerrado en un ambito más pequeño y asfixiante.

Si la solución para seguir progresando es el respeto a lo individual y a lo local, es ese respeto el que es necesario reforzar, pero no parece muy sensato recortar lo que ya tenemos para ser menos que lo que somos. Quizá para el ultranacionalista sea suficiente lo que puede ver desde el monte Gorbea, pero yo tengo actualmente el derecho para decidir sobre lo que ocurre en Andalucía y nos interesa a todos y reconozco el mismo derecho al andaluz sobre el puerto de Santurce en lo que le afecte. Y estos derechos no deseo perderlos ni que nadie los pierda. Y mi familia, mis amigos y mi cultura se encuentra afortunadamente tan relacionados con el exterior que no deseo más endogamia. Actualmente soy tan dueño de mis derechos sobre el País Vasco como nunca lo sería con tres propuestas-Ibarretxe por el precio de una, y lo soy igualmente sobre España como siempre lo he sido desde que reconquistamos la democracia. ¿Y alguien quiere menos por el precio de más?

Sursum corda!

En los siguientes números veremos estas mismas cuestiones, pero desde un enfoque ligeramente diferente aunque clarificador a mi juicio, y avanzaremos un poco más. Espero que les aporte algo de su interés.

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


13


Un grupo más o menos estable siempre tiene una estructura. Si observamos, por ejemplo, un grupo de gallinas que se mueven en libertad, las veremos escarbar y picotear como si ninguna se preocupase de las otras, pero los investigadores de la conducta han descubierto que esto no es así. Colocando en un mismo lugar un conjunto de gallinas tal que cada una no ha visto antes a ninguna de las demás se produce un elevado número de peleas a picotazos que va disminuyendo poco a poco, pero no hacia la amistad universal o la indiferencia sino hacia una estructura ordenada. Así podemos identificar a cada gallina y elaborar una “matriz de picoteo” en la que vemos quién pica a quién en cada encuentro. Suele aparecer una gallina, que los etólogos denominan alfa, que pica a todas y no es picada por ninguna. Todas le ceden el terreno y come donde quiere. Y, lamentablemente para la sensibilidad ecologista, suele aparecer otra que recibe picotazos de todos lados y que debe retirarse a donde puede. Al cabo de un tiempo, cada gallina ha aprendido su “posición” y se limita a ceder ante las que le ganan y a imponerse sobre las que puede dominar, sin empeñarse en peleas inútiles. Cualquiera se pregunta por qué someterse a esta situación si hay tanto campo donde vivir, pero pertenecer a un grupo suele tener ventajas que compensan esos inconvenientes o, con más claridad: porque no queda otro remedio.

La complejidad puede ser aún mayor y de hecho existen otras especies además de la humana en la que las interacciones no son uno a uno sino de uno a subgrupo o de subgrupo a subgrupo. La importancia de las alianzas es entonces tanto mayor cuanto lo sea la capacidad de cada individuo para reconocer otros individuos con los que establecer alianzas parciales. Un grupo de monos tiene así una estructura más compleja que la del de gallinas y esa complejidad se hace mucho mayor en el grupo humano dada su capacidad de comunicación verbal y de crear una tradición cultural. Esta estructura es la que nos debe interesar cuando analizamos cualquier fenómeno humano, no solamente el valor individual sino el papel social de cada elemento de la cultura, cómo se establecen alianzas en su torno como elemento de unión, de jerarquización o de simbolismo.

Quizá alguno se resista a dar importancia a estos factores de estructuración social y crea que todo transcurre más o menos entre iguales. Pero caería en el mismo error que el observador accidental del grupo de gallinas. Si, en cambio, analiza la asimetría de las relaciones no tendrá otro remedio que dársela. Cualquiera puede observarse a sí mismo y comprobar cómo prefiere a ciertos individuos sobre otros o cómo teme a algunos más que a otros. El hecho de aliarse con alguien poderoso es más conveniente que aliarse con alguien débil, y cualquiera prefiere a los triunfadores quizá como forma de participar de su éxito. Y nadie debería sorprenderse de eso cuando vemos la desproporcionada atención que despiertan algunos individuos.

La estructura social es por lo tanto un sistema de alianzas y jerarquías en el que se establece un orden mediante relaciones. Una primera relación es la de pertenencia al grupo y se manifiesta por la ayuda mutua, especialmente contra el exterior. Esta relación de pertenencia se simboliza con la adopción de elementos culturales comunes. En los animales sociales el grupo tiene una base genética y la protección del familiar es evolutivamente funcional porque protege los genes comunes. No olvidemos que lo que se suele llamar sociedades animales: la de las abejas, por ejemplo, son propiamente familias. Una colmena es el conjunto de una madre fértil, la llamada reina, y sus hijas no fértiles, las llamadas obreras, que colaboran con la madre en su vida y reproducción a través de sus hijas fértiles, las llamadas nuevas reinas, e hijos, los llamados zánganos. Los primeros rasgos de pertenencia al grupo son por lo tanto y primordialmente genéticos: formas, colores y olores similares. En el grupo humano todos somos bastante próximos genéticamente, pero sigue existiendo una preferencia por los que son parecidos. No obstante, el ser humano no tiene unas formas innatas rígidas de comportamiento sino que aprende a reconocer a los que forman parte de su grupo y esto hace mucho más flexible este tipo de relaciones.

La mayoría de las conductas humanas son aprendidas y por lo tanto tienden a imitar modelos y a formar conjuntos de elementos muy similares. Por ejemplo los acentos regionales. Pero incluso las formas de hablar o de moverse, las preferencias por ciertos alimentos o formas de cocinar, la forma de vestirse, de peinarse o de adornarse tienden a imitar las del grupo al que se pertenece y son, por lo tanto, elementos simbólicos que denotan la pertenencia. Todo lo que es similar pudiendo variar denota la pertenencia a un grupo común y adquiere ese valor simbólico. No es otra cosa que información sobre grupos, aunque materialmente sea otra cosa. Pero debemos recordar que no son las características variables las que determinan la existencia de un grupo, sino que son tomadas simbólicamente por éste entre el repertorio de lo que existe. Un grupo muy exigente en cuanto a la cohesión tiende a ser igualmente exigente en cuanto al uso de símbolos y el ejemplo más claro es la uniformidad en el ejército. Y el caso es el mismo con respecto a la existencia de las modas en el vestir o en gustos musicales que caracterizan a las llamadas tribus urbanas. De hecho aparecer con una ropa impropia o manifestar la simpatía contraria a la de la mayoría suele acabar en violencia.

Un grupo que tiende a cerrarse sobre sí mismo tiende como hemos dicho a uniformar todo lo que tenga valor simbólico: el lenguaje, la religión, la vestimenta. Todo, en fin, lo que pueda ser una marca de pertenencia. Por el contrario, un grupo abierto ignora una gran mayoría de esas marcas y se limita a unas pocas. La sociedad moderna es un ejemplo de grupo abierto en el que se incluyen multitud de subgrupos pues la complejidad de la organización económica y social no es compatible con los grupos cerrados. En el pasado, cada nación e incluso cada región tenía una economía casi autárquica y fue la apertura al comercio la que hizo posible tanto en enriquecimiento económico debido a la especialización y a la economía de escala como el entendimiento político. En mi opinión, hay una misma dirección para la apertura económica, social y política. Todas progresan o todas retroceden conjuntamente y ese proceso se manifiesta en la universalización de los símbolos o en su coexistencia y compatibilidad dentro de grupos cada vez mayores.

Sin embargo, si un grupo se considera agredido, tiende a asegurarse de la fidelidad de sus miembros en la misma medida en que les brinda seguridad y habitualmente da importancia desproporcionada a alguna de esas marcas de pertenencia. En tiempos pasados, la religión era una marca decisiva y las discusiones teológicas se entrelazaban con cuestiones acerca de la fidelidad al grupo. Uno no podía ser protestante en España ni católico en Inglaterra a riesgo de acabar en la hoguera en ambos países. Hoy día en Europa la religión ocupa un papel muy secundario y ha dejado de ser marca de grupo, excepto donde las rivalidades son mayores, y ser protestante o católico en Irlanda del norte por ejemplo, puede ser cuestión de vida o muerte. Pero el lenguaje puede tener ese mismo fuerte carácter simbólico en la delimitación de grupos y, por no buscar casos más cercanos, podemos tomar el choque entre las comunidades francófona y flamenca en Bélgica.

Es absurdo negar las relaciones de pertenencia como lo sería negar el amor de una madre por sus hijos, y lo natural es que cada uno nos sintamos apegados a nuestros vecinos y a nuestra tierra natal. El problema comienza cuando estos sentimientos con su carácter simbólico son utilizados de forma totalitaria, buscando la uniformidad e invadiendo todos los aspectos de la vida individual y social. Y el problema es doble pues en estos fenómenos se suelen desarrollar en paralelo un sentimiento de aislamiento del exterior y uno de homogeneización en el interior. El primero lleva con facilidad al enfrentamiento y a la guerra, y con la misma facilidad, el segundo a la tiranía totalitaria. Hubo una época en España en la que no se podía pedir ensaladilla “rusa” y en la que casi por decreto había que ser amante de la copla. Hoy luchamos por que situaciones como esa no se repitan en ningún lado y por detectarlas a tiempo, por mantener abiertas las relaciones de ayuda y colaboración con nuestros vecinos en grupos cada vez más amplios e impedir el cierre hacia el exterior y el cierre de filas hacia el interior.

Entonces, cuando se pide el derecho a la secesión se está pidiendo de hecho la ruptura de alguna de las relaciones que existen en una comunidad que hasta ese momento se ha considerado abierta. Se puede poner como pretexto las marcas culturales de carácter simbólico, pero esto no nos debe despistar del objetivo material que subyace: la ruptura política, social y económica con parte de la comunidad. La diversidad cultural es posible aun dentro de la unidad política, social y económica e incluso dentro de la unidad de muchas otras características culturales. Por lo tanto, no es eso lo que se busca salvaguardar, sino imponer un nuevo marco que afecte a lo material no simbólico.

Por eso es preocupante el propósito secesionista de los dirigentes nacionalistas, porque si nos preocupa algo no es su uso del euskera o su afición a la txalaparta, sino su intención de negarnos los derechos que actualmente poseemos. Supongamos que dicen que esto no es así. Entonces responderemos que para ese viaje no hacían falta alforjas y que ya tenemos lo que nos prometen. Y ellos lo tienen igualmente, pero desean imponer algo más: una frontera desde la cual hacia dentro son los nacionalistas los que mandan, los que imponen sus símbolos, que los demás sólo podemos aceptar, pero sin ninguna esperanza de que se reconozca nuestra identidad y nuestra libertad. Secesión de España sí, pero dentro, todos pintados de azul, como los pitufos. Podemos recordar la dictadura de Franco con su uniformidad política y cultural y cómo votamos la Constitución para acabar con ella y reconocernos los mismos derechos entre todos los ciudadanos. Eso fue un avance desde un grupo cerrado a uno abierto con tantos subgrupos como se desee. Y ahora estamos empeñados en abrirnos a Europa. No sería deseable empezar un camino de retroceso.

Pero no menos importante que la relación de pertenencia es la que implica orden jerárquico, que será la cuestión para mañana.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


14


En el número anterior comenzábamos viendo el ejemplo del grupo de gallinas y su carácter jerarquizado. Este carácter pasa inadvertido en una observación casual, pero la identificación de cada gallina y la observación sistemática lo revela con claridad. En el grupo humano sucede algo similar y de hecho basta un tiempo de convivencia entre distintas personas para que se desarrollen jerarquías de todo tipo. Puede haber quien crea que no hay razón para ello, pero si nadie es idéntico a otro, es natural que algo sea preferido a otra cosa: lo más fuerte, lo más sano, lo más bello, lo más inteligente o lo más divertido desde cada punto de vista individual.

Como el grupo humano es un grupo de alianzas y rivalidades, la consecuencia de todo lo anterior será que algunas alianzas serán preferidas a otras y que su valor, llamémoslo de intercambio, no será necesariamente el mismo. Es decir, que J puede desear la alianza con K más de lo que K lo desea con J. Entonces J deberá añadir algo más para conseguir la alianza y este precio denota una jerarquía en la que K está por encima de J, al menos en un aspecto. En grupos animales menos complejos, la jerarquía puede ser sólo de picotazos o empujones, pero en el caso humano implica otras relaciones y, sobre todo, símbolos. El tamaño de un animal o su aspecto saludable son marcas inequívocas de superioridad para un segundo, pero en el caso humano no es la fuerza sino la habilidad en las alianzas la que da la superioridad, de modo que debe marcarse simbólicamente. No son otra cosa los galones en la guerrera de un militar o el despacho privilegiado en una compañía industrial.

Este tema tiene dos puntos de contacto con el tema que estamos tratando. El primero es el del papel simbólico de determinados rasgos culturales como marca de jerarquía y el segundo, el precio que las clases altas de esa jerarquía hacen pagar a las bajas por los beneficios que supuestamente o de hecho obtienen. El primer tema, por ejemplo, es el de la postergación de un idioma en favor de otro como fue el caso del vascuence respecto del castellano en épocas pasadas y la inversión de la situación en la presente. Y el segundo el de la creación de un sentimiento nacional en favor de unos intereses que no suelen ser generales. Y a nadie se le escapa que ambos temas tienen relación con el mismo hecho fundamental: la jerarquización. Les diré de paso que si no comparto determinados principios derivados de Marx, no es extraño que no comparta el lenguaje que describe los hechos, pero seguro que todo esto les suena.

Un pueblo o una nación pueden ser de hecho muchas cosas diferentes pues su apertura a relaciones con el exterior es variable y lo es del mismo modo el número y la importancia de los rasgos simbólicos que los identifican. Los ciudadanos de Alemania y Austria comparten todo lo compartible excepto la nacionalidad. Sin embargo un suizo germanófono y uno francófono apenas comparten otra cosa que la nacionalidad. La nacionalidad no es por lo tanto un factor decisivo para todo lo demás pues las relaciones sociales y familiares o las económicas pueden ser más intensas en una región a través de la frontera entre España y Portugal que entre esa región y otra de cualquiera de los dos países. Debemos partir por tanto de lo real: las relaciones de hecho y desde ahí interpretar el papel de lo simbólico: la nacionalidad y sus marcas culturales, como el idioma.

Las relaciones reales, por lo tanto, se dan con naturalidad entre vecinos con frontera o sin ella y debemos ver qué aporta o qué quita el reconocimiento de un símbolo. Desde el punto de vista de las relaciones de pertenencia, la nacionalidad o el idioma marcan la inclusión en un grupo y la exclusión de otro en grados desde el todo al nada. Y conforme a eso decía en el número anterior que un grupo que se cierra tiende de hecho a ser más exigente con los símbolos y que la recíproca suele ser también verdadera, que un grupo exigente con los símbolos tiende a cerrarse al exterior. Desde el punto de vista de la relación jerárquica ocurre algo similar: si deseas pertenecer al grupo del jefe K, debes compartir sus símbolos y cerrarte a los símbolos ajenos. En tiempos de la reforma protestante en Alemania, el súbdito debía seguir la confesión religiosa de su señor. Lo terrible es que ahora se deba adoptar un idioma para agradar a los poderosos y esto tiene que ver con una jerarquía que tiende a lo totalitario.

Un grupo en conflicto con otro no es lo mismo que dos individuos en conflicto pues la mayoría de cada grupo no está en principio implicada en ninguna rivalidad. Pero si un grupo jerarquizado sigue los intereses de su clase alta o de su máximo dirigente, en general será contra los intereses que de hecho tiene una mayoría de los pertenecientes al grupo. Recordemos que Enrique VIII se separó de la iglesia de Roma sólo para poder divorciarse de su esposa Catalina y eso, aparte de la reforma protestante, obligó a separarse incluso a quien no quiso, para seguir los intereses del rey. Hoy la nacionalidad no es un interés de la población del País Vasco, que se relaciona social y económicamente con sus vecinos sin restricciones, pero puede ser un reconocimiento de quién manda y quién obedece. Nadie consideraría una ventaja romper unas relaciones sociales y económicas establecidas y consolidadas a lo largo de siglos. Sólo serviría para asumir ese valor simbólico de pertenecer a un grupo comandado por una clase que impone sus signos de identidad y romper las relaciones anteriores. Si la nación es eso podemos decir que si Euskadi es una nación, peor para todos, porque significa que somos la tropa del jefe K y no podemos mezclarnos con la población limítrofe sin ser acusados de traidores.

Los más o menos neutrales pueden responder que no hay nada de esto. Pero dos cosas iguales en todas sus partes son simplemente iguales y si voy a tener los mismos derechos y libertades que hasta ahora, entonces ¿qué es eso de la nación independiente? Porque en algún sitio debe de estar la diferencia, aunque está claro que la vemos clarísima a pesar de que nos la quieran tapar con un montón de palabrería de despiste. Los derechos sobre los asuntos propios son nuestros por simple ejercicio de democracia. Para tranquilizar a los suspicaces, ningún residente en Sevilla puede decidir sobre los asuntos municipales de San Sebastián. Pero si pretenden que haya una frontera, ésta debe servir para algo: o para recortar lo que hasta ahora era libre o para que debamos agachar la cabeza ante el imaginario nacionalista. Y simplemente, no nos gusta, no nos conviene y no queremos.

Imaginen que en vez de un grupo político se trata de uno religioso que trata de establecer fronteras tales que se imponga su identidad dentro de ellas. No creo que eso parezca muy democrático, pero se trata de lo mismo que se pretende aquí. Y si trata de ganar este estatus mediante un referendum o unas elecciones, le contestaremos de igual forma porque lo que no es democrático es el fin y objetivo aunque los medios lo parezcan. Y así ni siquiera lo parecen pues los medios se califican por los resultados que proporcionan, no por una intención aparentemente ingenua y desinformada.

Si miramos unos años hacia atrás podemos contrastar lo que es la democracia con lo que era la dictadura. Todos recordamos la uniformidad en los símbolos políticos y culturales y la negación y prohibición de todo lo opuesto. El modelo de estado no dependía de lo que fuese la sociedad sino que se imponía sobre ella e imponía por lo tanto sus propios símbolos y jerarquías. La aprobación de la Constitución es el comienzo de todo lo contrario: la creación de unas leyes y una administración basadas en la identidad y los deseos de los ciudadanos. Por eso las críticas a la imposición de la nacionalidad española resultan tan ridículas. La nacionalidad equivale al reconocimiento de un conjunto de derechos y obligaciones recíprocas. Pero esos derechos y obligaciones no se pueden negar a una parte de la población y ni el más ultranacionalista vasco desea perderlos en la práctica. La ruptura la plantean como si nada importante cambiase y es mucho lo que cambiaría, pues los mercados abiertos y la supresión de controles fronterizos son una cosa de antesdeayer. Y la libertad para mantener un modelo cultural propio no parece compatible con la imposición de nuevas identidades nacionales sino que debe primar lo que el ciudadano elija. La política, la cultura, la religión, ya no se imponen de arriba de la jerarquía hacia la masa del pueblo, sino que salen de él, en todo y con todas las consecuencias.

Otro día más.

Sursum corda!


Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


15


Los seres humanos nacemos en un grupo con sus propias características y para cuando tenemos capacidad de reflexionar y de elegir ya tenemos unas relaciones familiares y sociales, hablamos un lenguaje y tenemos una cultura. Pero es tan absurdo pretender que eso es algo indiferente como pretender que es definitivo.

A lo largo de esta serie vengo defendiendo dos ideas básicas: que el ser humano es social y que tiene libertad para elegir. Esos son los dos límites, inferior y superior, de toda opción democrática realista. Por debajo, caemos en la desintegración y el caos, el reino del más fuerte e insolidario. Por encima, las exigencias de fidelidad a la sociedad que se imponen al individuo son tan elevadas que nadie se puede salir del marco establecido sin ser considerado un traidor que debe ser excluido y atacado. El caos y la tiranía del individuo o el totalitarismo y la tiranía del grupo. La razón nos aconseja por lo tanto, mantenernos dentro de esos límites y respetar esas dos ideas como las mejores garantías de nuestra libertad y nuestro bienestar.

Es absurdo pretender que sólo prime lo individual olvidando que cada uno tenemos unas condiciones que nos sería muy penoso eliminar. Cosas tan sencillas como nuestro propio lenguaje o nuestros usos culturales, o tan complejas como las relaciones económicas, sociales y políticas en las que estamos incluidos. Todo eso forma parte de las circunstancias reales en que nos encontramos y supone un esfuerzo desproporcionado pretender romperlas o cambiarlas porque sí. Y en cualquier caso, supone un esfuerzo, no un cambio sin importancia.

Se dice con excesiva facilidad que sólo pueden tenerse en cuenta los derechos individuales, como si el poseer una cultura o formar parte de un grupo no fuese un derecho individual. Y lo es porque se trata de una condición necesaria para la existencia de todo ser humano. No podemos disolvernos en un mar de individuos que apenas se relacionan y que no se asocian, sino que las alianzas de pequeños grupos familiares o de ayuda mutua son la base primera de toda sociedad o grupo de mayor alcance. Somos lo que somos, seres reales y no elementos ideales de una teoría ultraindividualista. Pero, por otra parte, esos derechos individuales no pueden ser transformados en exigencias totalitarias que supriman la libertad. Cualquier persona puede cambiar de idea, de cultura o de relaciones sociales sin que caiga sobre ella una especie de maldición divina o metafísica. Y a veces no sólo es posible cambiar sino que es la única opción razonable.

Formar grupos es por lo tanto necesario y natural, pero debemos luchar contra lo totalitario dentro de nuestro propio grupo. En anteriores números de la serie he dicho que a veces se crean motivos de discordia entre grupos y que se abren dos caminos posibles: o el diálogo y la apertura o el enfrentamiento y la agresión. Cada grupo trata de crear más y mejores relaciones con el otro en el primer caso, o considera al otro un enemigo que debe ser destruido antes de que destruya, y exige a cada miembro una fidelidad total en el segundo. Y esta última opción es violenta y destructiva tanto hacia fuera como hacia dentro y va obviamente contra nuestros intereses. Pero es difícil resistirse a ella si vemos o creemos que el grupo rival la ha adoptado ya, y la formación de grupos totalitarios de cualquier signo a lo largo de la historia lo demuestra.

El el caso del País Vasco podemos aplicar los mismos principios. Prescindamos por simplificación del entorno europeo y mundial y centrémonos en España como grupo mayor posible. Luego veremos que las conclusiones son idénticas al ir ampliando el límite hacia ámbitos cada vez mayores. Tomando como base agresiones reales o imaginadas, han aparecido un ultranacionalismo español que exige la unidad a todo trance y la eliminación de cualquier hecho o símbolo diferencial y, por otra parte, un ultranacionalismo vasco que reclama la exclusiva social y política dentro de un ámbito territorial que ve como propio. Esas exigencias parten de las relaciones reales que definen tanto el ámbito español como el vasco, pero en cuanto que exigen la uniformidad y excluyen la pluralidad interna y la apertura al exterior, son procesos que acaban en el conflicto.

La única solución pasa por aceptar la pluralidad y por establecer cauces de relación y diálogo entre cualquier área y lo que le rodea: entre las diferentes opciones sociales, culturales y políticas hacia dentro y hacia fuera de cada grupo. Pero esto choca con las ideas símbolo que sirven para cerrarlos, y si es necesaria una clara definición entre lo propio y lo ajeno se debe a que hay una rivalidad previa. Dos grupos abiertos uno al lado del otro o uno incluido en otro mayor no necesitan delimitar con precisión sus fronteras, pero cuando se pretende hacerlo con conceptos como nación o pueblo, se trata en realidad de marcar el territorio y de poner a cada persona a un lado o a otro de una frontera. Cuando se pregunta si los vascos son una nación no se está definiendo nada sino que se buscan criterios para separar un grupo de otro y homogeneizar a todos sus miembros. Lo mismo sucede si nos referimos a los españoles. Si conocemos la historia podemos asegurar que somos una población bastante plural y que los límites para ser o no español los marca simplemente una historia común de relaciones y, por así decir, ser los propietarios del terreno. Pero no creo que sea necesario diferenciarnos demasiado de los franceses o portugueses, por ejemplo, ni encontrar una esencia idéntica en cada español.

Siempre habrá quien insista en las preguntas, pero intentar agrupar, definir, limitar, son los preliminares de un conflicto mayor. Es como los ejércitos antiguos: unos con penacho blanco y otros con penacho rojo, y cuidado con que uno sólo ponga el pie al otro lado del río. Tomemos el ejemplo del lenguaje. Puede ser simplemente una característica cultural, y además muy particular, pues cada uno sólo habla una variante de ese lenguaje, es decir, un dialecto o un habla local. Pero el imponer el castellano a todos los habitantes de España o el euskera a todos los habitantes del País Vasco, o es una tiranía hacia los del mismo grupo o es un intento de enfrentarlos con los de otro grupo, o ambas cosas a la vez.

Todas las veces que se discuten preguntas parecidas en este foro o en cualquier ámbito se llega a una división de posturas entre un sí y un no voluntaristas e irreconciliables. ¿No es eso signo de que la pregunta contiene un error de partida? Y es que la cuestión no es tanto la descripción de una realidad social, cultural o política, sino el establecimiento o modificación de una serie de relaciones de este tipo. Ocupémonos entonces de mejorar nuestras relaciones y no caigamos en el engaño de esos toques a rebato que anuncian la llegada de un enemigo inexistente. Los nacionalismos o son la simple constatación de nuestras culturas particulares o son una llamada para cerrar filas en un conflicto que, como he dicho otras veces, en vez de superarse, se agrava. Las posturas, para poder acercarse, deben compartir algo y si se comienza dando más énfasis a lo que separa que a lo que aproxima, simplemente se inicia un camino que nos aleja a unos de los otros, y a ambos de la solución de cualquier diferencia inicial. Y el precio que pagaremos será, como antes he dicho, el constante enfrentamiento con el vecino y el sometimiento a una tiranía interior.

El nacionalismo vasco ha comenzado con la sencilla afirmación de la cultura particular de unos habitantes seculares de esta parte de España, pero al sentirse agredidos, más bien sin causa, ha derivado hacia un ultranacionalismo: una llamada al cierre de filas contra el exterior y a la imposición de unos rasgos culturales uniformes en el interior. Si, por otra parte, ya había un nacionalismo español del mismo tipo que derivaba hacia un ultranacionalismo, sólo faltaba el ingrediente del pequeño conflicto para que la espiral violenta se iniciase. La imagen es muy adecuada pues el origen o centro es pequeño, pero a cada vuelta la espiral crece. Si la voluntad es la del acuerdo, que es el espíritu que dio origen a la constitución y el estatuto, las posturas pueden acercarse poco a poco. Pero si se añade cada día un poco más de leña al fuego, no se puede esperar que éste se apague. Y creo que los constitucionalistas hemos dado pruebas más que sobradas de voluntad para respetar las libertades de todos como única forma sensata de que se respeten las nuestras. Pero en este foro y en el podrido ambiente que crean algunos extremistas en la calle, escuchamos insultos o bravuconadas que lejos de manifestar un deseo de diálogo evidencian unas irrefrenables ganas de bronca. Nosotros bastante hacemos con haber acabado con una dictadura ultranacionalista y facilitado el entendimiento. Es responsabilidad de los nacionalistas vascos el impedir que su ideología caiga en manos de unos extremistas que nos impondrán a nosotros una guerra y a ellos mismos una tiranía. Si no luchan por nosotros y nuestros derechos, que luchen al menos por su libertad, y para ello el primer paso es no tener miedo y, para darlo, ahí siempre estará nuestra mano.

Mañana más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


16


En un ingenioso libro de Raymond Smullyan se plantean los problemas de un recién llegado a una isla donde los “caballeros” siempre dicen la verdad y los “escuderos” siempre mienten. Por enrevesada que parezca la situación, el hecho de que cada grupo siempre se comporte del mismo modo la simplifica bastante y la reduce a un ejercicio de lógica recreativa. Pero la situación del mundo real es muchísimo más complicada pues aquí se dice la verdad o se miente según convenga. Uno en su ingenuidad se puede preguntar si no sería más sencillo no intentar engañar, pero podemos ver que esto es demasiado improbable. Y hace falta la misma ingenuidad para extrañarse de que los seres humanos tengan conductas ventajistas e incluso violentas.

El estudio del comportamiento ha identificado las bases de esta situación y ha propuesto un modelo: los “halcones” y las “palomas”, como tipos extremos entre los que puede modularse el comportamiento de cada individuo. Para que la situación sea lo suficientemente complicada para que merezca la pena tanta teoría, un mismo individuo puede ir desde un variable nivel de “paloma” hasta uno variable de “halcón”, es decir, desde unos máximos a unos mínimos de comportamiento de retirada o de agresión que pueden ser distintos en cada individuo. La teoría de la evolución presta aquí un gran servicio al explicar cómo si estas estrategias son cualidades heredables, es necesario que se llegue a un punto de equilibrio y no es posible que todos los individuos de una población tengan comportamientos de retirada o todos de agresión.

Las mentiras, los pequeños conflictos o los grandes son por lo tanto lo que se puede esperar en cualquier grupo humano aunque, afortunadamente, cuanto más graves, son más improbables. Y sería de premio a la inocencia creer que los individuos de cualquier grupo van a desarrollar su vida pacíficamente y mirando sólo por el bien personal y social. Basta que uno se dé cuenta de que el engaño o la violencia unilateral le da grandes ventajas frente a las “palomas” para que tome un comportamiento de “halcón”. Y si los demás no son demasiado incautos, adoptarán el mismo comportamiento hasta que se manifiesten sus inconvenientes.

A lo largo de esta serie he intentado explicar cómo un sistema de alianzas de grupo da grandes ventajas frente a los individuos aislados o los grupos menos organizados. Y en el repertorio del comportamiento humano está la posibilidad de formar grupos para la agresión o la defensa, con la misma variación entre “palomas” y “halcones” que encontramos entre los individuos. En el número anterior veíamos que hay ideas símbolo: el pueblo, la nación, (además de otras de tipo social, económico o cultural) que sirven de identificación a los miembros de un grupo que se cierra y adopta una estrategia de conflicto. El modelo “paloma” en este caso equivale a la tolerancia y el diálogo, mientras que el “halcón” es todo lo contrario, es decir, la intolerancia y la agresión. Sería ingenuo pensar que todos vamos a ser siempre tolerantes y dialogantes por el mismo motivo que decíamos al principio y lo esperable es que cuando se forma un grupo así (o dos o varios), las “palomas” salen perdiendo o tienden a convertirse en “halcones”, con lo que el conflicto se acentúa.

Pero además no todos los grupos son equivalentes y eso da lugar a una jerarquización, como también veíamos en números anteriores. Las ideas símbolo no siempre son, por lo tanto, formas de identificarse entre iguales sino que frecuentemente manifiestan una adhesión a un grupo superior y a sus intereses. Hay fenómenos sociales que evidencian por todas partes que los individuos suelen adherirse a los grupos que juzgan como más fuertes. Permanecer solo es un peligro y asociarse con un grupo débil no disminuye mucho el riesgo. Por eso, consciente o inconscientemente, se busca formar parte de un grupo fuerte y se adoptan o imitan sus símbolos. Sería materia para otro foro el tema de las modas y de la admiración que provocan los líderes, pero vale citarlo aquí porque son los mismos mecanismos que están en la base de todo lo que explico en este número. Entonces otro de los motivos para que se enemisten dos grupos es, además del cierre de un grupo sobre sí mismo, el cierre en torno a los intereses y símbolos de unas clases superiores. Un individuo que se asocia paga así con su adhesión y fidelidad el precio de la protección que recibe o cree recibir en un conflicto.

Parece así una conclusión evidente que cuando un grupo defiende sus intereses, trata de reunir en su torno al mayor número de adeptos y de extremar las posturas de manera que queden claras unas diferencias que, de otro modo, se difuminarían. En el camino que se bifurca desde cualquier problema, las dos opciones son, por lo tanto, abrirse a los demás grupos y buscar la colaboración o ser fieles peones de una estrategia de enfrentamiento. Y la identificación con grupos cerrados, símbolos que acentúan el aislamiento e ideologías de la exclusión nos convierte de hecho en peones con uniforme y penacho de color.

En este foro se hace tanto hincapié desde la parte nacionalista o, mejor dicho, desde la ultranacionalista, en el idioma y otras tres o cuatro características culturales o en un par de anécdotas más o menos históricas, que se deja ver bien a las claras lo cómodos que se encuentran los peones con su uniforme, los mismos peones que van a arriesgar su vida y sus intereses al servicio de unos grupos dominantes. La mejor defensa de sus intereses, de su identidad y de su cultura es, por el contrario, la apertura a un ámbito democrático de diálogo y colaboración, pero les han dicho que cuanto más aislados e idénticos al “modelo ideal de vasco”, mejores patriotas son y más felices serán en el futuro paraíso, y se lo han creído.

Y para legitimar frente a la propia tropa todo este despropósito, se cambia la realidad por la propaganda: hay un enemigo ahí fuera que debe daros mucho miedo, porque es muy “nacionalista-malo” y no os va a dejar ser “nacionalistas-buenos” como nosotros vuestros líderes, que tanto os queremos. Los escritores al servicio de la causa vienen aquí que ni pintados porque lo natural es que uno hable con sus amigos o su familia de más allá de los sagrados límites y no vea tantos peligros, sino gente que va más o menos a lo suyo, como aquí y en todo lugar. Así al que duda de las arengas, le proporcionan una buena dosis de cultura doctrinaria y ve fascistas hasta en el asesinado Múgica Herzog, socialista y medio judío por más señas. Pero de estos elementos ya hablamos en su día.

La respuesta de manual a estas críticas es que ahí fuera hay de hecho un “ultranacionalista-malo” y que la postura de cierre de filas es únicamente para la defensa. Pero esa debe de ser una de las primeras frases del método audiovisual “El esbirro sin esfuerzo”, porque si sacar la cabeza por encima de la trinchera para ver si el enemigo está o no está le pone a uno en peligro, que se sirva del espejo más a mano y que mire por arriba. ¡Y eso es este foro! Cualquiera puede mirar por encima del parapeto y ver que de Franco y de la dictadura no queda más que un vago recuerdo. Que ahora, el supuesto enemigo no es sino un buen número de personas con la mejor voluntad para el diálogo, algunos más que cabreados y con motivos, y un pequeñísimo número de ultranacionalistas españoles que no se atreven ni a decirlo en su casa.

Entonces ¿para qué tanto esfuerzo, tantas guardias y tanto toque de corneta? si la otra vía, la del diálogo y la colaboración, está abierta y lo está para beneficio de todos. El primer paso para alcanzar un acuerdo es perder el miedo y tener voluntad de distensión y de diálogo. El segundo, poner sobre la mesa qué es lo que efectivamente se desea y no enmascarar la cuestión con banderas y cánticos patrióticos. Y el tercero, mandar a una isla desierta a todos los extremistas de profesión o de vocación. Porque habrá gente que aunque le propongan el sistema más equitativo, justo y provechoso para todos, aún deseará subirse al monte. Esos extremistas son un peligro y es necesario denunciarlos y aislarlos, porque son ajenos a la razón y al diálogo y buscan sus intereses o su protagonismo en un agravamiento de los conflictos, sin los cuales no serían nada.

Adolf Hitler era un pintor de segunda o tercera fila, simple cabo en el ejército durante la primera guerra mundial y un intelectual y político de ínfimo nivel, y sin embargo, removió tanto los problemas y los miedos de una parte de Alemania, vencida y humillada en la guerra y temerosa de la revolución soviética, que con sus solas dotes de actor y de encantador de masas hizo que se reunieran en su torno todos quienes creían que iba a ser la solución de sus problemas y de sus miedos. Y como decía el viejo chiste, estaban al borde del abismo, pero gracias a él dieron un paso adelante. No hagamos lo mismo mientras podamos evitarlo.

Otro día más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


17


Una de las labores de los primeros filósofos fue despejar el camino que habían embrollado las paradojas de algunos sofistas. Estos eran unos maestros de retórica y, en general, de todas las habilidades que un ciudadano de “polis” griega podía necesitar en las reuniones públicas y en los cargos de la administración del estado. Esta sabiduría al servicio de cualquiera que pudiera pagársela, alardeaba de poder defender una opinión y la contraria con la misma capacidad de convicción y, en cualquier caso, de confundir al oponente con palabrería. Hoy tenemos nuevos sofistas pero de menor categoría intelectual que intentan lo mismo: disimular con palabras las realidades que les denuncian con la tozudez de los hechos. Y una de las sofisterías más conocidas es la de utilizar una palabra con dos sentidos de manera que parece que se habla de lo mismo cuando las realidades son bien diferentes.

En este foro se pretende frecuentemente castigar nuestra inteligencia y sentido común con debates sobre las palabras “nación”, “nacionalismo” o “pueblo” como si designasen una realidad sustantiva y siempre en el mismo sentido. Y en una segunda sofistería de aún peor catadura, como si todas las cuestiones importantes estuvieran basadas en el significado y aplicación de esos términos. Creo que mi postura ha quedado clara en estas cuestiones fundamentales, pero vamos a dedicarle un poco de tiempo a este intento de engañarnos y a tratar de disolverlo en la nada, que es su sitio. Las palabras y los razonamientos deben reflejar lo existente. Eso es la definición de la verdad. Y el uso consciente de lo que se sabe no verdadero es lo que se define como mentira. Así que de sofisterías y mentiras es de lo que nos podemos librar aquí con un poco de paciencia.

Empezaremos con la segunda, que es la más deleznable. Parece que usando unas palabras mágicas, los artistas del embuste nos quieren colar un gol de campeonato: quitarnos nuestros derechos y que creamos que no había otra cosa posible que hacer. Como en este foro se habla con total tranquilidad de los derechos de secesión de un pretendido pueblo o nación a los que nadie puede oponer nada, me parece oportuno que empecemos levantando el velo del engaño y que dejándonos de palabras, vayamos a lo real. Cuando se habla de los términos anteriores conviene sustituirlos en el razonamiento por su definición, a ver qué tal nos resulta. Así, como cuando se trata de resolver una ecuación, nos quedamos con una variable menos y estamos más cerca de la solución.

Los pueblos y naciones no son seres reales sino conjuntos de individuos relacionados. Entonces, cuando digan “pueblo”, pongamos “tal conjunto de individuos con tales relaciones entre sí y con los no pertenecientes al conjunto” y hablemos de ello. Varios foristas, “concalma” entre ellos, han dejado ya más claro que el día que cuando se habla de nación o pueblo refiriendose a España y sus habitantes no se habla de lo mismo que hablan los nacionalistas vascos con relación a Euskal Herria y los suyos. Y que las actitudes de fondo son muy diferentes. Claro que con esa capacidad para el autoengaño que desarrollan los buenos partidarios de todas las causas, no me extrañaría que dentro de poco tengamos otra intentona del mismo género.

Pero probemos a sustituir el término por su definición. Los nacionalistas vascos dicen que los vascos forman una nación con una identidad, lenguaje y cultura y con un territorio propio y que, por ese motivo, no forman parte de la nación española. Y como lo que define el nacionalismo político es la afirmación de que los derechos políticos corresponden a las naciones, entonces lo que sucede es que la nación española quita derechos al pueblo vasco que le corresponden por el mero hecho de serlo. Este “regalo envenenado” encubre su peligro con una serie de palabras que leídas de corrido y sin reflexión parecen razonables. Pero leámoslas de nuevo con más cuidado. Lo primero es que la nación no es ningún sujeto que tenga derechos o no, sino que es el simple resultado de la acción conjunta de sus miembros y de sus derechos y obligaciones recíprocos. O sea, que los derechos de la nación serán los resultantes de los derechos de los individuos miembros de ella y no al revés. Entonces la cosa queda como que el conjunto de los vascos queda definido en su existencia y en sus derechos políticos por la existencia de individuos que se definen como vascos y por los derechos que ellos tengan. Uno no tiene derechos por ser vasco, sino que es vasco por los derechos que efectivamente tiene. Y uno no tiene derechos por ser español, sino que esa nacionalidad es simplemente el reconocimiento de un conjunto de derechos. El nombre designa la realidad, no la crea. Así que es un poco inútil comenzar la casa por el tejado cuando de lo que tenemos que ocuparnos y preocuparnos es de los derechos que son nuestros.

Cuando se dice que España quita derechos al vasco porque le obliga a tener una nacionalidad española, el absurdo se revela como monumental. Significa que el reconocimiento a un vasco de derechos y obligaciones comunes con respecto a todos los ciudadanos españoles y sobre todo el territorio nacional es presentada como una restricción, aunque en realidad es un conjunto más amplio de derechos. O el tamaño del absurdo es ya faraónico si se dice que el reconocer la nacionalidad española quita derechos como vasco, pues uno es vasco justo por los derechos y obligaciones que comparte con otros vascos y reconocer los derechos como español implica necesariamente reconocer esos derechos. Sería como decir que el ser vasco impide ser bilbaíno, o que ser esto le impide a uno ser de Abando. Más bien sucede todo lo contrario pues las sociedades modernas se construyen de abajo arriba, democráticamente.

La conclusión necesaria de las pretensiones nacionalistas es, por lo tanto, que debemos perder nuestros derechos comunes como españoles para que a cambio se nos den unos que ya tenemos como vascos, y como premio, una insignia. Y si alguien ve en esto una ventaja o una mejora, o es suficientemente necio para perder lo que tiene o lo suficientemente malvado para querer que otro lo pierda, y es lo segundo lo que me preocupa. Pero hablando de naciones y pueblos la cosa queda mucho más disimulada y menos cruda que decir que ya no podré elegir a mis representantes en el parlamento o que no me podré acoger a las mismas leyes y que perderé mis derechos sobre lo que es mi país, pero con la insignia puede que se engañe a algún otro. Y éste sólo es el mejor de los casos, porque el recorte de derechos al resto de españoles no los hará más amigos de este reducido reducto irreductible, ni de sus habitantes. Así que todo resultará en un pérdida, mayor o menor, pero siempre desgraciada.

El segundo sofisma suele traer en su ayuda al primero, el de que una nación es una unidad en cualquier sentido en que la tomemos. Así por ejemplo, una nación suele ser, y no siempre, una comunidad que comparte un idioma, pero no todos los que comparten un idioma son una nación. Y si lo que se toma es la unidad cultural para definir la nación, entonces nos debemos olvidar de la definición de nación como conjunto de individuos con los mismos derechos políticos. Ya no hay por lo tanto una equivalencia engañosa entre dos realidades. Sólo sería posible una coincidencia o establecer un paso desde la unidad cultural hacia la política o en el sentido contrario, pero nunca una identidad a priori. Suiza, por ejemplo reconoce por cantones la oficialidad del alemán, francés, italiano y romanche, pero sus ciudadanos tienen derechos políticos como suizos y no como alemanes, franceses o italianos. No existe un derecho de ciudadanía dado por la lengua hablada sino que cada persona se limita a ejercer los derechos políticos heredados por nacimiento (de ahí el nombre de nación, es decir, los pertenecientes a una comunidad por nacimiento) o reconocidos por algún procedimiento legal a quien no los tiene por nacimiento. Imaginen si no, el caos político que se produciría en los países americanos de lengua española o los de lengua francesa o inglesa de varios continentes. Uno puede pertenecer por nacimiento a una comunidad política o cultural, pero ambas comunidades no se identifican ni de hecho ni por su definición. Basta entonces de palabrería.

Y como el tema no se detiene en esto, mañana más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


18


Un pueblo o una nación y, en general cualquier grupo, es sólo eso: un grupo, no algo más con cualidades especiales. Lo que decimos del grupo es sólo lo que decimos de la resultante de sus miembros y de sus relaciones. Un grupo cultural es sólo eso y un grupo político, de igual manera. Pueden incluso tener los mismos miembros, pero sólo accidentalmente, no por sus propias naturalezas, que incluyen las relaciones. Hubo un tiempo en que, al menos oficialmente, todos los súbditos de un reino eran a la vez fieles de una misma religión, pero iglesia y estado no eran idénticos, pues los individuos se organizaban y se relacionaban de manera diferente dentro de cada institución.

La teocracia consiste en reducir el estado a la iglesia, la política a la religión y las leyes a una versión ampliada de los mandamientos, en la versión judeocristiana. Pero creo que desde el periodo de la Ilustración tales cosas parecen propias sólo de integristas. Ni siquiera la versión reducida de la teocracia: la imposición de una religión oficial, tiene hoy esperanzas de ser aceptable en el mundo civilizado. Por el contrario, el estado moderno atiende sólo a las relaciones políticas y a los derechos y obligaciones que derivan de ellas, mientras que la religión es algo externo al estado y pertenece en exclusiva al ciudadano, que tiene libertad absoluta para creer y practicar lo que sus convicciones le indiquen.

Del mismo modo, la comunidad política y social no puede ser vista democráticamente como algo monolítico. Todos compartimos derechos, pero cualquier conjunto de individuos puede organizarse como partido político, defender unas ideas y pedir la confianza de otros ciudadanos mediante el voto. Los sistemas políticos totalitarios jugaban con unas reglas completamente diferentes: el pueblo o la clase obrera, por ejemplo, eran vistos como unos todos que sólo podían actuar en un sentido predeterminado y, por lo tanto, no había alternativas a lo que los grupos dirigentes, que eran conscientes de sus respectivos destinos históricos, pudieran decidir. Esto es una “versión civil” de la teocracia en la que un individuo o un grupo selecto pasa por ser el oráculo que revela la verdad a los profanos, que deben aceptarla o recibir su castigo. Esa misma tendencia totalitaria es la que lamentablemente aparece aquí y allá en diversos grupos que imponen un absoluto sobre la libertad de decisión de los individuos, sea éste la comunidad social, cultural, la étnica o incluso la ecológica. Para evitar malos entendidos les diré que creo que cada uno tiene derecho a sus propios errores y que es libre de pensar o hacer lo que mejor le parezca, pero nunca es lícito imponer unas convicciones como un absoluto que los demás tengan la obligación de aceptar. No es democrático y contra ello debemos sumar todos nuestros esfuerzos.

En lo que afecta al problema del País Vasco, nos encontramos con tendencias parecidas hacia lo absoluto, que no parten de la libertad del individuo sino que sólo admiten un resultado posible: el que sea conforme a ese absoluto, y se consideran legitimadas a tomar cualquier camino que lleve hacia él. La idea de nación vasca es para algunos el reflejo de una unidad bien definida en su concepto y en su extensión, pero cuando dan esa definición o tratan de diferenciar quién pertenece a la nación y quién no, salen a la luz las arbitrariedades y los voluntarismos, como no podía ser de otra manera. No hay más seres reales que los individuos, que se agrupan de tantas formas y tan diferentes que podemos concebir los conjuntos que deseemos. Y siempre existirá algo que se parezca a nuestros deseos.

Pero no habría ningún problema si sólo estuviésemos discutiendo una cuestión filosófica sobre la correspondencia entre conceptos y realidad. El problema comienza cuando una determinada idea de nación es tomada como un absoluto que, por lo tanto, está por encima de las decisiones libres de los individuos y que es capaz de forzar toda la dinámica social. La idea no es, tomada aisladamente, la causa del problema porque con el mismo motivo podemos dudar de la validez de todas las ideas religiosas, sociales o económicas. El problema tiene que ver con su presentación como absoluto y no como opción libre, con los métodos para aplicarla y con su resultado. Un absoluto aparentemente legitima cualquier método, incluso violento, que permita llegar a instaurarlo. Si se concibe que las cosas no pueden ser de otra manera, las acciones que lleven a ese estado de cosas son en cierto modo necesarias y, por otra parte, toda opción o situación distinta puede ser presentada como una desviación, un desequilibrio o una injusticia. Y los resultados son en general antidemocráticos pues cualquier grupo de ideología diferente es visto como desviado, desequilibrante o injusto y no como una opción igualmente aceptable y queda expuesto a la represión, que también parece legítima por necesaria.

Cualquiera puede tener la opción personal más separatista y segregacionista que se conciba. Quizá sería visto como algo extravagante en una democracia, pero sería admisible. Sin embargo el peligro está no en la opción personal o en la suma de opciones personales sino en la creación de un ámbito político que condicione a los demás más allá de lo negociable entre ciudadanos o entre grupos. Porque ese ámbito desprecia y margina toda opción que no sea la suya y considera a cualquiera que no la comparta como un extraño o un enemigo. Me parece lamentable cualquier tendencia al aislamiento, pero si uno mismo es el que se aisla y no afecta a los derechos ajenos, la opción es tan democrática como cualquier otra. Lo antidemocrático es crear un grupo que aisle a los que le son ajenos y más contra los derechos que estos poseen como ciudadanos. Un católico, por ejemplo, puede negarse a contraer matrimonio con un no católico tanto por lo que afecta al rito matrimonial como por lo que afecta a la educación de los hijos, pero sería antidemocrático que la ley prohibiera los matrimonios civiles mixtos en sentido religioso. Un proceso de cualquier tipo que llevase a implantar esa ley o sería en sí mismo antidemocrático o sería un fraude y, del mismo modo, cualquier proceso que lleve a una situación en la que parte de los ciudadanos se vean privados de sus derechos será antidemocrático y fraudulento.

Los que se consideren vascos por linaje, por cultura o por elección, tienen derecho en una democracia a agruparse como mejor les parezca y a mantener y difundir su cultura. En esto sería absurdo que no recibieran el mismo trato que cualquier otro grupo social o religioso. Pero no es democrático que un grupo de esa naturaleza prive de sus derechos a quienes antes que cualquier opción son ciudadanos, como no lo es que ellos sean privados de los derechos que ya tienen. Tengamos siempre en cuenta que linaje, cultura o afinidad son ámbitos diferentes del político. E incluso sería admisible, aunque ridículo, que como individuos o como grupo se negasen a ejercitar sus derechos de ciudadanos y renunciasen de hecho a parte de sus derechos constitucionales. Pero tal cosa tendría un valor meramente simbólico porque el resto de ciudadanos no podría declararles privados de esos derechos y, realmente y de derecho, seguirían disfrutándolos.

Si todos los análisis anteriores son convincentes, las vías de solución para el actual problema del País Vasco deben tenerlos en cuenta tanto como fundamento como en la forma de límites. A eso dedicaremos los próximos números.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


19


La simple observación permite diferenciar cualidades en cada persona: la altura, el color de la piel o del pelo, y otros rasgos físicos. Y conforme a esas cualidades y al hecho regular de que los hijos se parecen a sus padres, se establecen diferencias de grupos, lo mismo familias que razas. Es un hecho que los hijos de una familia tienen cierto parecido y que los habitantes de una región cualquiera lo tienen también, un aire de familia que se debe a que lo son de hecho. Todos tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos y, en general, dos elevado a n, (siendo n el número de la generación que nos antecede) antepasados de una generación (esto es una simplificación de la que ustedes se imaginan los detalles). Entonces, las probabilidades de no tener antepasados comunes dentro de una población limitada disminuyen según aumenta n. Esto es, por cierto, todo el significado de las razas.

Pero ninguna observación detecta a simple vista rangos sociales ni derechos políticos por el hecho evidente de que no son cualidades como las anteriores sino relaciones basadas en los comportamientos recíprocos. Esto lo veíamos con el ejemplo de la jerarquía de un grupo de gallinas. Y parecía tan lejos del conocimiento humano que sólo después de miles de años de historia, durante el periodo de la Ilustración, algunos pensadores se atreven a decir que todos los hombres son libres e iguales. La jerarquías siempre han buscado algún tipo de legitimación en la prestancia física, en la valentía o en la virtud, como determinantes de unos derechos preferentes al mando o a la propiedad, pero naturalmente se trata de un círculo vicioso. En cualquier periodo de la historia se ve que los individuos de rango superior tienen mayor talla y otros mejores índices de salud debido a que sus cuidados y alimentación son también mejores, y eso es debido a su acceso privilegiado a los alimentos y a los medios de vida. Y algo similar sucede por la selección según la mejor apariencia física en salud y belleza. Pero no hay nada que predetermine un rango individual dentro de una sociedad salvo que cada hijo puede heredar un puesto dentro de la estructura de alianzas que constituye esa sociedad.

Sin embargo, al ir aumentando el tamaño y la complejidad de las sociedades, esos modelos basados en el clan dejan de poder estructurarlas y las diferencias de riqueza o de intereses pasan a tener un papel cada vez mayor. Y eso es lo que da lugar a la democracia en las “polis” griegas, en las ciudades medievales y lo que la hace reaparecer en el periodo moderno. El individuo adquiere una movilidad que choca con las antiguas estructuras cerradas y deja de ser clasificable por estamentos hereditarios. Sólo su libertad como individuo es lo que cuenta. Se puede decir que la modernidad y la libertad van realmente unidas.

Cuando hablamos de los derechos individuales y queremos precisarlos resulta difícil responder a la objeción cínica del poderoso, pero ni la mejor mentira engaña al propio mentiroso y basta poner a cualquiera en una posición de debilidad para que tenga claro cuáles son los derechos que quiere que le respeten y que incluso lo grite a los cuatro vientos. ¿Desea usted que le maten por la espalda? Como la respuesta es “no”, entonces deseamos que nos reconozcan el derecho a la vida. ¿Y que le roben? Como, con seguridad, la respuesta sigue siendo “no”, incluiremos el derecho a la propiedad. ¿Y que le impidan defenderse y exponer sus puntos de vista ante cualquier acusación? Incluiremos entonces la libertad de pensamiento y de expresión por los mismo motivos que antes. Y por ese procedimiento cada uno se saca solito la declaración  entera de los derechos humanos.

Sólo hay un pequeño pero. Se dice que el esclavo no quiere ser libre sino que quiere ser amo. Es decir, que es fácil no desear los inconvenientes de la falta de libertad, pero más difícil no quedarse con las ventajas de la falta de libertad de los otros. Pero es evidente que los derechos o son recíprocos y universales o no existen en realidad, pues el tirano es libre en grado máximo y en la misma medida en que los tiranizados carecen de libertad. Tenemos por lo tanto dos sencillas reglas: que queremos que se nos permita ser libres y que debemos reconocer a los demás lo que deseemos que se nos reconozca. Libertad y reciprocidad. Ya sé que esto lo han leído en Kant poco más o menos, y ya ven que las buenas lecturas nos aprovechan a todos.

Si tenemos ya definidos los derechos en su forma, sólo falta que apliquemos esa misma regla a cada cuestión que nos interese y la resolveremos en beneficio de todos. En un número anterior decía que los pasos para resolver cualquier problema en la práctica son, en primer lugar, crear confianza y rebajar las tensiones, y eso espero haberlo hecho a lo largo de esta serie manifestando mi fe en la libertad y el diálogo y desenmascarando una serie de obstáculos irracionales. En segundo lugar, poner con claridad sobre el tapete los derechos que cada uno creemos que nos corresponden. Y en tercer lugar procuraremos mandar a la isla desierta a los extremistas que se opongan. Este es el lugar para el segundo paso.

La primera pregunta que hacíamos al hablar de los derechos individuales nos llevaba a identificar el primero de todos: el derecho a la vida, sin el cual de poco o nada nos valen los demás. La primera labor de toda administración política es por lo tanto garantizar este derecho y los que le son afines, es decir, los que afectan a la seguridad y la tranquilidad. Y España en general y el País Vasco en particular llevan años padeciendo asesinatos, violencia y acoso moral por parte de ETA y, en menor medida, de otros grupos terroristas. La criminalidad común es una suma de violaciones puntuales de este derecho y de otros, pero el terrorismo es mucho más peligroso y culpable porque es un ataque sistemático y organizado contra nuestros derechos y contra la estructura política que los defiende. Un asesinato relacionado con un robo es un delito grave, pero el objetivo del terrorismo no es algo aislado sino que éste apunta a todos y cada uno de los ciudadanos y sobre todo a los que deben defender los derechos generales: políticos, miembros de las administraciones, especialmente la de justicia, y de las fuerzas de seguridad. Naturalmente, la administración, el estado y toda la sociedad no pueden quedar paralizados por causa del terrorismo e ignorar el resto de problemas, pero el desmantelamiento de los grupos terroristas debe ser algo prioritario. Sin sensación de libertad y seguridad y sin que estas sean posibles de hecho, todas las demás libertades son precarias.

La lucha contra la amenaza terrorista debe ser total e incondicionada y debe separarse de todo problema político. Ignorar esto es o producto de una ingenuidad inapropiada para poder ocuparse de temas serios, o una negligencia culpable. El sistema de derechos que garantizan la vida democrática se basa en la libertad general y cae por su base si el político, el funcionario público e incluso el ciudadano común tienen que medir cada paso y cada palabra.

Pero en la actualidad algunos dirigentes nacionalistas hacen poco menos que burla de la trágica situación de políticos y militantes del PP o del PSOE. Naturalmente, que nada de eso es comparable al asesinato, pero ni eso garantiza la seguridad y la tranquilidad que son responsabilidad actual del gobierno autonómico que apoyan sus partidos ni se aleja lo suficiente de la injuria y la insidia. Hay por lo tanto un problema básico, el terrorismo, que debe ser eliminado como condición previa a cualquier debate democrático y que no permite la indiferencia ni la tolerancia. El que no colabora a resolverlo es parte de él y si existe un delito de denegación de auxilio en caso de accidente, la situación de peligro para la vida democrática es más grave que la de cualquier accidente y debe, como mínimo, descalificar a quien no participa activamente en favor de las víctimas y en la desaparición del peligro.

La primera condición para el diálogo es la confianza, que no se refuerza con los chistes de Arzalluz sobre vinos y casas sociales u oficinas, y la seguridad de que todos los participantes en él puedan llegar al menos hasta la mesa sin temor de volar por los aires. Y las palabras no bastan. Lo que mueve la noria es la fuerza de la mula y no los gritos del amo, y menos si son sólo a media voz y con la boca pequeña.

Mañana más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


20


En el número anterior decía que los derechos son algo muy evidente cuando se carece de ellos y sobre todo si se necesitan. Y creo que es claro que el primer derecho que deben reconocerse mutuamente los seres humanos es el derecho a la vida, es decir, que el primer requisito para la convivencia y la colaboración es el compromiso de respetar y defender la vida de cualquier otra persona relacionada con nosotros. Y por eso resulta un sarcasmo que se hagan observaciones “ingeniosas” sobre la rentabilidad política que sacan los partidos constitucionalistas a los asesinatos de ETA. En cualquier caso, salgan perjudicados o beneficiados en algún otro aspecto, el deber de todo ciudadano y más si tiene responsabilidades en la administración o en el gobierno, es garantizar la vida de todos los demás ciudadanos sin parar en otras consideraciones. O esto, o el derecho a la vida queda en precario.

Supongamos que este derecho está garantizado suficientemente, pues siempre existe el riesgo de una criminalidad común y aislada, desmontando todo el entramado de asesinatos, extorsión y amenazas que existe en torno a ETA. En esas condiciones se puede debatir en la práctica sobre otros derechos que cada cual crea que le correspondan. Y digo en la práctica porque un debate político sólo tiene sentido en un ambiente en el que todos los que participan tienen la misma libertad y seguridad. Uno de los ejemplos mejores de democracia lo dieron los gobiernos inglés y norteamericano, que en plena segunda guerra mundial, jugándose la supervivencia de sus naciones además de los valores, mantuvieron abiertos los parlamentos con total respeto a las oposiciones y sin caer en ninguna tentación dictatorial o de estado de excepción. Pero en ese estado de guerra, gobierno y oposición se hallaban igualmente seguros o igualmente amenazados. Si, por el contrario, dentro de un ámbito político unos gozan de mayores garantías que otros, la libertad será teórica, pero no práctica. Y ésta viene siendo nuestra situación hasta el presente en el País Vasco.

Ya he defendido antes que el individuo no puede considerarse como aislado de sus circunstancias familiares o culturales y que no tiene mucho sentido pensar que somos individuos sin entorno. Cualquiera se encuentra mucho más cómodo hablando su lengua materna que otra que aprenda de adulto y para todos es más fácil vestir o comer según las costumbres de su tierra. Sería negar la realidad pretender que los lenguajes o las culturas son indiferentes para el ser humano concreto, ya educado en su ambiente. Y es un derecho porque todo ser humano es un ser social: nace en algún grupo, en alguna familia y sociedad y lo necesita para vivir, y son esos vínculos culturales los que lo relacionan con su grupo y lo integran en él. Los derechos individuales deben continuar, por lo tanto, en un segundo nivel con los derechos de integración en un grupo, con el único límite de la libertad individual.

Y en mi opinión, esos son los derechos que dan lugar a todo el debate sobre el País Vasco y los que tomados como un absoluto explican las raíces de la violencia que sufrimos. Y por eso mismo es imprescindible debatir sobre ellos y sobre qué modelo social, cultural y político seguir una vez que hayamos conseguido eliminar la amenaza para la libertad que supone el terrorismo, o al menos en la medida en que lo consigamos. Lo difícil en estos casos suele ser separar lo real de lo aparente y no obsesionarse con los símbolos. Una de las dificultades en la enseñanza del español para extranjeros es la de la diferencia entre los verbos ser y estar. Las lenguas más próximas a la nuestra utilizan un solo verbo donde nosotros utilizamos dos y la forma de evitar las confusiones es pensar si se trata de un estado o cualidad permanente o transitoria. Por ejemplo, hay una diferencia muy importante entre “la hierba es verde” y “la hierba está verde”. Por eso me parece preocupante cuando alguien dice “yo soy nacionalista” o “yo soy no nacionalista”, pues aunque es cierto que el uso y la costumbre imponen esa construcción, parece como si por debajo hubiera la idea de que existe un compromiso de fidelidad irrevocable. Pero debería quedar siempre claro que hay un límite, que es el respeto a la libertad individual, que no debe vulnerarse exigiendo una fidelidad absoluta al grupo o a sus símbolos.

Cualquier persona tiene con su entorno social relaciones familiares, de amistad, de colaboración, económicas o culturales. Pero deben ser libres y justas, es decir, recíprocas si son concebidas como derechos, y es el ámbito en que se desarrollan el que es la base de lo que entendemos por nación, y las instituciones que las garantizan las que dan lugar al estado. Cuando se habla de la nación o del estado parece que algunos lo imaginan como algo más allá de los individuos reales y por eso lo llamábamos metafísico, pero se reduce necesariamente al conjunto de individuos y a cómo se relacionan. Una nación acaba donde acaban las relaciones que la definen y por lo tanto toda discusión sobre naciones se reduce a una discusión sobre estas relaciones y los derechos que implican.

Los ultranacionalistas vascos se obstinan en hablarnos de una nación sólo para ellos, basada o en la raza o en la lengua y la cultura y en condicionar todos los demás derechos a esas particularidades. Pero como ya hemos visto, puede existir un ámbito político independiente del origen familiar o de la cultura y siempre hay algo de interesado en el hecho de mezclarlos. La primera realidad es el origen y relaciones familiares y la vinculación al territorio, y lo que cabe pedir como derecho es esa propiedad sobre el territorio de quienes son sus naturales. Pero una cosa es resistirse a la colonización y otra romper las relaciones familiares y sociales que de hecho se tienen. Porque reclamar los derechos propios exige respetar los ajenos. Si un partido político o un grupo religioso se quisiesen apropiar de un territorio en exclusiva, se opondrían hasta los árboles, pero los que quieren adueñarse del País Vasco (lo mismo vale para cualquier otro territorio) deben de pensar que no nos damos cuenta. Su nación no existe y para crearla tienen que romper nuestras relaciones sociales, familiares, culturales o económicas con el resto de España.

Un nacionalista vasco puede elegir y ser elegido en unas elecciones españolas, pero no le parece mal que a los que rechazamos el segregacionismo étnico se nos deje sin derechos a votar en nuestra propia tierra y seguir siendo ciudadanos españoles. No se trata de palabras, de banderas y demás simbolismos: se trata de que somos “copropietarios” de España y se nos quiere privar de ese derecho para que los que se consideran amos de su finca “Euskal Herria” nos dejen seguir como aparceros, eso sí, haciendo reverencias a sus signos de identidad y a sus líderes y renegando de nosotros mismos, llamando invasores a nuestros antepasados y lengua extranjera a aquella en la que dijimos nuestras primeras palabras. Y eso cuando nosotros defendemos un sistema democrático que respeta los signos y la identidad euskaldun y un gobierno autonómico que los protege institucionalmente. Lo normal, dicho con toda la ironía, es que se hiciesen apátridas y que perdiesen sus derechos políticos si su idea es privarnos en un futuro de los nuestros. Pero es mucho más cómodo seguir el refrán de “lo mío para mí, y lo de los demás a medias”. Y si su voluntad no es esa, que separen de una vez el respeto a sus derechos culturales de la cuestión de los derechos políticos. Es decir, que dejen de poner la nación, en sentido en que quieran entenderla, por encima de los derechos democráticos.

Ya sólo falta que uno de ellos responda que en democracia se puede defender todo sin violencia y que pedirle lo anterior sería pedirle que renuncie a su ideología. Esas frases son oídas a diario, no son simples suposiciones. Pues yo respondería a mi vez que lo primero no es verdad y que lo segundo es la prueba del nueve de su sentido democrático. No todo se puede defender ni aun en ausencia de violencia física, pues también hay que excluir la violencia moral. ¿Se puede defender la injuria, el escarnio a las víctimas? ¿Se puede prometer que una vez conseguido el poder, se va a impedir la libertad de los opositores? ¿Se puede crear un entramado de influencias para atacar solapadamente al que no es de la propia ideología? Sólo el cínico o el hipócrita se atreverá a pedir para sí mismo lo que  pretende negar a los demás, y eso es lo que le califica con más exactitud. Lo democrático es reconocer un derecho de libertad de expresión, pero ello no convierte automáticamente en democrático cualquier uso de esa libertad de expresión. Si la ideología a la que el ultranacionalista no piensa renunciar y para la que pide respeto no incluye un respeto recíproco para los demás, demócratas seremos nosotros pero él no, y en la medida en que no queremos ser mártires con opciones al cielo sino ciudadanos libres, trataremos de que sus ideas no se lleven a la práctica.

El tema cultural y el económico para más tarde.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


21


Cuando nos olvidamos de la realidad cualquier cosa parece posible. Una paloma pidió a los dioses que le quitaran el aire para poder volar más rápido sin que le hiciera resistencia. Éstos, divertidos por su ingenua petición, se lo concedieron y la paloma cayó al suelo y empezó a asfixiarse por lo que rogó que urgentemente se lo devolvieran. Por lo tanto hay que examinar qué efectos reales se siguen de una hipótesis y no quedarnos simplemente con la ilusión más optimista, que desconoce los problemas y dificultades que se siguen de ella y que a primera vista se nos escapan. De lo contrario, también nosotros nos caeremos y asfixiaremos.

El ser humano no es algo totalmente independiente de la sociedad y los fenómenos de aislamiento en grandes ciudades y la necesidad de afiliarse a algún grupo protector deberían convencernos. Por eso es absurdo negar que hagan falta instituciones que protejan los intereses de un grupo de cualquier naturaleza. Hace falta una directiva para un club, un presidente para una comunidad de vecinos, una iglesia para un grupo religioso, un partido para un grupo político o un estado para una nación. Y del mismo modo es necesario un gobierno local que proteja las peculiaridades de un territorio. El caso de España y sus particularidades culturales no es extraordinario. Italia tiene sus dialectos y Alemania los suyos, Francia tiene sus territorios y dominios de ultramar, los Estados Unidos son lo que indica su nombre y así cualquier país que visto de lejos parece homogéneo es en realidad variado y plural.

Las características que se dan en exclusiva en el País Vasco son derechos de sus habitantes y deben ser protegidas si, como tantas veces he dicho, deseamos un sistema democrático. No se puede creer que el vascohablante no necesite que las instituciones le defiendan y que todo se deje simplemente al resultado de las presiones sociales mayoritarias. Si pedimos que se proteja nuestra opción política y que podamos formar un partido sin más límite que la ley, entonces debemos reconocer el mismo derecho a cualquier grupo sean las que sean las relaciones que reúnen a sus miembros. Ésta es la base de la democracia, del estado de autonomías y del respeto a los derechos históricos, no la preexistencia de un estatus independiente que pertenece al margen de la historia a un pueblo vasco al margen de la realidad social.

Cuando un nacionalista dice que no le dejan ser vasco me parece que dice algo legítimo si protesta de que no se protege su lengua y su cultura. Pero esto no es verdad en la democracia y más de veinte años de gobierno de los nacionalistas le deberían hacer más prudente en sus palabras. Ni siquiera fue totalmente verdad en épocas de monarquías feudales, absolutas, constitucionales o dictaduras pues tenemos la historia llena de nombres vascos que mandaban no sólo sobre su caserío sino sobre el ejército o el estado de España. Así que decir algo como eso en plena democracia tiene mucho de ingenuo o de malintencionado. Pero es que muchas veces lo que hay debajo de esas palabras es el deseo de controlar en exclusiva el territorio, la población y los recursos. No se trata de que se pidan derechos sino de que se desean recortar los de los demás.

¿Qué es lo que implica una frontera? Que los de dentro son los propietarios y autorizan o no a los de fuera a pasar, establecerse, comerciar y decidir sobre los asuntos locales. Una independencia, que es en menos palabras ese derecho a decidir, es en realidad un recorte de derechos. Ya tenemos derecho a decidir y sólo conseguiríamos poder decidir menos ahora que la unión de Europa nos hace necesario decidir sobre cada vez más. Son leyes de ámbito europeo las necesarias para resolver problemas de ese ámbito y hay unos iluminados que nos quieren vender con palabras de charlatán que es una ventaja no poder ni siquiera decidir sobre lo que pase en La Rioja o Cantabria, donde tantos vascos tienen casas de veraneo, por ejemplo. Es la fuerza de la unión la que necesitamos y no, ser los dueños exclusivos de nuestro tiesto de geranios. Y ese derecho a ser para decidir se traduce también por un recorte en el ámbito cultural, pero se presenta como la ampliación hasta el infinito del derecho a caminar para alguien que apenas podrá moverse. Naturalmente que el estado y en especial las administraciones autonómicas deben proteger las características culturales de los habitantes, pero dado esto ¿qué ventaja trae el considerar nuestras lenguas maternas como ajenas y extranjeras? Pues sólo la ventaja que el vasallaje da al señor contra el vasallo. Tú me reconoces como superior y yo te dejo vivir en tu propia casa. Pero esto en la época de la democracia no se tendría que poder oír sin silbidos de desaprobación y aquí sin embargo tenemos a los charlatanes vendiéndonos todo el día lo bien que vamos a estar cuando ellos manden y nosotros nos arrodillemos. Y de regalo una manta zamorana.

Las ventajas económicas que ha tenido a lo largo de la historia el que España fuese un mercado cerrado y exclusivo para la economía del País Vasco, o de Cataluña no lo olvidemos, parece que cayeron del cielo en forma de maná y que no han generado el derecho recíproco para los españoles de cualquier región a participar del desarrollo de las empresas beneficiadas. En el mejor de los casos, sólo parece dar derecho a trabajar sacando hierro de las minas, en la siderurgia o la construcción naval o un poquito en la máquina-herramienta, pero sin reivindicar los propios nombres, las culturas, la historia y los derechos ciudadanos. Sin embargo, los vascos cuando han emigrado no han hecho sino ejercer sus derechos, fundar sus casas vascas y dar sus cursillos de euskera. Lo que diferencia al ultranacionalista es que eso que ve normal para él no lo reconoce para los demás y como al pez, es la boca lo que lo pierde, pues su injusticia es paralela a su hipocresía.

Se supone por parte de los propagandistas del nacionalismo que la independencia va a traer beneficios económicos al País Vasco así que vamos a analizar los dos casos: que no tengan razón o que la tengan. Si no tienen razón es escasa ventaja la que ofrecen a los que nos preocupamos más del bienestar y del progreso que de machacarnos los oídos con historias, y como la mayoría prefiere vivir mejor a bailar aurreskus, dudo mucho que expongan la realidad si la conocen. Y si tienen razón, me parece que nuestro aprecio y el de todos los españoles por ellos va a caer a niveles abismales. Imaginen que dicen simplemente y con descaro la verdad: que desean llevarse la mejor parte del pastel económico que se ha hecho con la colaboración de todos. Supongo que no creerán que los perjudicados van a sentarse y a aplaudir la feliz ocurrencia del tramposo cuando pueden oponerse con todas sus fuerzas. Un nuevo ataque a los derechos en el plano económico se presenta como una reivindicación de algo que es propio, pero propio no es el BBVA que estableció su sede social en Bilbao tras la fusión BBV-Argentaria, ni lo es Iberdrola que hizo lo mismo al fusionarse Iberduero con Hidroeléctrica Española. Y lo mismo pasa con la siderurgia que viene de Altos Hornos de Vizcaya y tantos otros casos. La mayoría de los accionistas y de los intereses económicos están fuera del País Vasco: ¿es normal llamar derechos a lo que en unos casos es un robo y en otros una ruina?

Alcanzado el tamaño habitual dejaremos el resto para otro número.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


22


Dos cosas son iguales si lo son en cada una de sus partes y en la forma en la que éstas se relacionan. Pero con frecuencia basta poner una etiqueta para que las cosas parezcan lo que no son. Que no les dejan ser ni decidir es la última cantinela con la que nos aburren los ultranacionalistas, pero todo es cuestión de palabras que ocultan la realidad. Un documento, el DNI, que certifica la nacionalidad, es decir, el derecho de ciudadanía en una sociedad y el territorio que le pertenece es presentado como una imposición. Pues nada, podríamos decir lo mismo del registro de la propiedad o del de notarías o del padrón municipal o del registro civil.

Pero creo que es muy cómodo recurrir al registro de la propiedad para ver si la casa que nos venden está libre de cargas o solucionar problemas de herencias utilizando los demás servicios tanto como certificar nuestros derechos como ciudadanos exhibiendo sólo un documento. Así que me temo que hay algo más que lo que se dice y que lo importante está precisamente en lo que no se dice.

Los nacionalistas pretenden crear un territorio segregado, con una ciudadanía que pierde sus derechos sobre lo que les corresponde fuera del País Vasco y que dentro debe resignarse a sufrir la subordinación política a los grupos y partidos nacionalistas. Esto sería natural o al menos inevitable, como en el caso de algunos procesos históricos de independencia, si se partiese de una situación inversa en la que los habitantes que aspiran a la independencia son marginados social y políticamente en su propio país por fuerzas extranjeras. Tenemos los casos de los Estados Unidos respecto del rey de Inglaterra, o de las colonias españolas de América respecto al rey de España o de los griegos o búlgaros respecto al sultán otomano y tantos otros. Pero en todos esos casos se trata de personas o grupos oprimidos por un poder que los condena como extraños, que no los deja participar en la vida política ni en la social o cultural y cuya única vía para ser libres es alejarse de la influencia de ese poder conquistando su independencia.

Pero el caso del País Vasco es uno muy distinto. Se ha señalado innumerables veces la diferencia entre la situación colonial y opresiva que sufrieron los católicos irlandeses de la corona inglesa y la situación de privilegio de los vascos en la corte del rey de España. O la situación de pobreza de Irlanda frente a la industrialización y pujanza económica del País Vasco. O la emigración masiva tras miles de muertos por hambre en Irlanda frente a la llegada de miles de españoles de regiones desfavorecidas a un País Vasco puntero en la industria y las finanzas. En fin, que más parece que los territorios pobres de Castilla o Andalucía o Galicia fueran los colonizados que los colonizadores, los obligados a ser un mercado cautivo y comprar los productos vascos, catalanes o madrileños exportando sus materias primas y sus masas de trabajadores sin especialización.

El caso no es por lo tanto el de una colonización de un país por otro o de una cultura por otra, sino el de una sociedad “colonizada” por unas clases superiores que sacan provecho de todo lo que tienen bajo su dominio. No es una España colonizadora la que domina un País Vasco colonizado sino un sistema económico y político que se aprovecha de las minas de aquí y de los mineros de allá y que es dirigido por individuos tanto castellanos como vascos, catalanes o de cualquier otra región. En realidad la visión nacionalista de que son las naciones las que protagonizan la historia es bastante inexacta e incompleta. Evidentemente un grupo dominante no puede gobernar mediante la violencia exclusivamente sino que necesita extender una ideología de legitimación que haga que se acepte como natural su dominio y que estructure las fuerzas de la sociedad en su propio provecho. Y una de esas ideologías es el nacionalismo.

Existen otras ideologías posibles y en la antigüedad predominó la organización por el linaje, real o supuesto. Las sociedades romana y griega tenían familias poderosas que organizaban vastas redes clientelares que reforzaban su dominio y elaboraban una ideología de la supuesta relación familiar, y fiestas o celebraciones que reforzaban esa estructura. Otras sociedades se basaron en la religión y es curioso ver cómo los grupos que dieron lugar a la monarquía davídica y a los reinos de Israel y Judá que la siguieron obtenían parte de su legitimidad de ser los ungidos por Dios, más propiamente por sus profetas o sacerdotes. Y podría verse igualmente la influencia de las religiones y sus servidores en el Egipto faraónico o en otros reinos del creciente fértil.

En el último siglo, las clases superiores o los grupos que aspiran a serlo se enfrentan al papel cada vez más importante de las clases inferiores. Al señor feudal del medioevo europeo le bastaba con que los siervos le suministraran productos primarios y servicios básicos, y que acudieran a su llamada en la guerra como peones. Pero la sociedad moderna es muy compleja y hay una gran cantidad de trabajadores especializados y de funcionarios o profesionales que son indispensables para su continuidad y que, por lo tanto, tienen una capacidad muchísimo mayor para la presión que la del siervo medieval. Y la mera violencia no es suficiente. De hecho es la rebelión de los comerciantes, artesanos y campesinos lo que precipita la caída del antiguo régimen y la fundación de las repúblicas americana y francesa y está en la raíz de las independencias de las repúblicas de la América colonial española.

El nacionalismo y su expresión extrema: los movimientos fascistas y similares, trata de encuadrar a todo un grupo social como miembros de una nación. El que esto nos parezca como no problemático es la prueba de cómo estamos aún imbuidos de esa ideología. Pero, aparte de los derechos ciudadanos, ¿qué es la nación? Y aún más importante, ¿por qué la nación se presenta como algo totalitario que subordina o anula todos los derechos ciudadanos? Por el simple hecho de que no hay tal nación sino que se crea una ideología que suprime lo real: la unión de conciudadanos con derechos iguales, para crear lo imaginario: una especie de cuerpo místico con inteligencia, voluntad y existencia propia; un ente metafísico que hace creer al ciudadano que no es en provecho de las clases superiores para lo que trabaja y se sacrifica sino para algo de lo que misteriosamente es parte.

Paralelamente aparecen movimientos totalitarios de raíz marxista que hacen una labor similar sustituyendo nación por clase obrera y apaños parecidos, pero que en último término crean una organización totalitaria dirigida por unas clases superiores en su propio provecho y que anulan el sujeto que pretenden dirigir. La clase obrera y el conjunto de la sociedad desaparece para quedar a los pies de unas organizaciones que se autodenominan partidos comunistas, del mismo modo que el conjunto social desaparecía para ser engullido por la organización fascista. Y es el mismo caso de la comunidad religiosa o del clan familiar.

El caso de España es, por lo tanto, uno más de sociedad estamental primero y clasista después que aprovecha toda la fuerza social en beneficio de las clases dirigentes. Esa organización llega a finales del siglo XIX y principios del XX a un cierto grado de evolución hacia la libertad, que es truncada por el enfrentamiento entre los movimientos más extremistas de derecha e izquierda, degenerando en una guerra civil. Y simultáneamente aparecen ideologías nacionalistas que tratan de conquistar terrenos exclusivos para su dominio. Las clases dirigentes regionales prefieren así formar sus propios cotos de caza en vez de acudir a las grandes cacerías que había sido el caciquismo durante la restauración. Y en ello tratan de encuadrar a la población vecina en un grupo fiel mediante una ideología nacionalista que haga de cada individuo no un ciudadano libre sino una pieza reemplazable dentro de un siniestro juego de ajedrez del que piensan obtener provecho.

El final de la dictadura supuso el arrumbamiento de la ideología nacionalista-fascista que había mostrado su peor cara durante el periodo del aislamiento y la autarquía y su inutilidad para el desarrollo social y económico, siendo sustituida parcialmente por una especie de remedo “tecnocrático” de la economía liberal. Pero el desarrollo que suponen las reformas económicas no pudo sino traer unas condiciones en las que todos los ciudadanos fueron capaces de exigir y conquistar su libertad. Es por lo tanto la “descolonización” de todo un pueblo lo que sucede en la transición a la democracia y es el reconocimiento de los derechos iguales de todos los ciudadanos que antes habían sido súbditos lo que recoge la Constitución.

Si la constitución y el nuevo estado reconocen los derechos y las particularidades de todos los ciudadanos ¿cómo se puede considerar eso una imposición en vez de una liberación? Y un documento administrativo que acredita ser titular de esos derechos, el DNI, ¿cómo se presenta como algo que obliga en vez de como un reconocimiento al titular de la igualdad ante la ley? La nacionalidad no es el mejunje metafísicorromántico que nos quieren vender los nacionalistas. Es algo administrativo. Y si nadie ha rechazado un billete del Banco de España, que es un documento al portador que reconoce unos derechos de pago ¿por qué hipócritamente se dice que se rechaza un DNI que reconoce los derechos ciudadanos? Y es que digo bien, hipócritamente, porque en realidad todos los nacionalistas se apresurarán a exigir esos derechos ante el menor contratiempo.

Los partidos nacionalistas, por lo tanto, no son nada más que un conjunto de ciudadanos que puede estar defendiendo sus derechos, pero que fácilmente se entregan al servicio de las clases superiores, económicas, políticas o mezcla de ambas, que usan su fuerza como grupo para beneficiarse como elite de ese grupo. Y el ciudadano paga un alto precio por la seguridad que cree obtener del grupo y por las pequeñas ventajillas caciquiles que algunos de hecho obtienen: pierde lo que son sus derechos sobre el resto de lo que es suyo y se enemista con el resto de sus conciudadanos, que recíprocamente pierden los suyos sobre la parte que los nacionalistas se quedan como exclusiva.

La sociedad se divide y se enemista, los derechos disminuyen en su extensión y con frecuencia en su intensidad. Pero esto parecerá una gran ventaja si ponemos por delante la gloria de la nación, para regocijo de los verdaderos beneficiarios y burla de los demás.

Otro día más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


23


El el número anterior comenzaba diciendo que dos cosas son iguales si lo son por partes y como un todo. Hoy vamos a imaginar que en España y el País Vasco estamos en una situación en la que cada uno puede pedir lo que desea sin ninguna restricción salvo lo que la realidad va a imponer y a ver si lo que resulta se diferencia de lo que tenemos o si lo mejora o empeora.

A lo largo de la serie tienen que haber quedado claras dos cosas: que hay una serie de derechos que son iguales para todos y que la democracia es el sistema basado en el respeto y la protección de esos derechos. Los derechos no proceden de otra cosa que de la reciprocidad en lo que vemos bueno y conveniente para nosotros y por eso, o son recíprocos y universales o son un fraude. Y la democracia, si se basa en el respeto de esos derechos, ha de garantizarlos activamente pues una mera declaración de principios o de intenciones choca con la dura realidad del delito: un ataque puntual contra esos derechos, y del terrorismo o los intentos de tiranizar a un grupo o a la sociedad entera: un ataque general y sistemático sobre ellos.

Ni el sistema democrático en España ni ningún otro pueden ser considerados nunca como perfectos, pero tienen en su base ese principio de respeto y defensa activa de los derechos humanos y del ciudadano, de modo que podremos y deberemos criticar muchas formulaciones concretas de leyes e instituciones, pero es necesario reconocer al menos que se está de acuerdo con lo básico. Porque si no, se trata de un problema muy distinto. El que exige derechos pero no los reconoce, o pide que se defiendan los suyos y no participa en la defensa de los generales, no deja de intentar un delito o tiranía por mucho que nos intente despistar con sus discursos.

He dicho varias veces que los derechos del individuo incluyen todos lo que le hacen posible ser y vivir, pero no de una manera abstracta sino de la forma concreta en que es y vive. Supongamos que se trata de imponer el esperanto como única lengua oficial de la Unión europea y que todos los ciudadanos deben utilizarla en el sistema educativo y en sus relaciones con el estado. Como es una lengua artificial, no está asociada a ningún estado concreto y como tiene pocos hablantes puede considerarse que esa acción no favorece a nadie. En cierto modo se podría decir que es una medida justa porque no es discriminatoria, pero dudo mucho de que haya alguien que crea justo que se pueda imponer. Porque todos nos sentiríamos incómodos y muchas personas con dificultades de aprendizaje por la edad o cualquier otro motivo saldrían perjudicadas gravemente.

Pues ese caso es el mismo si se trata del esperanto, del español o del euskera y parece increíble cómo se trata de hacer que las cosas parezcan lo que no son y diferentes cuando el caso nos conviene o cuando nos perjudica. Es necesario reconocer que en tiempos pasados el estado no era sino un conjunto de funcionarios al servicio del rey o del poderoso que fuese y por lo tanto, su relación con el súbdito era casi inexistente y casi siempre opresiva. Y así es fácil entender que se impusiese una lengua para tratar con el estado lo mismo que había una religión obligatoria o se censuraba cualquier manifestación de cultura disidente.

Por eso los poderes del estado democrático actual sólo pueden defender lo que el ciudadano posee, coincida o no con las mayorías o los intereses de cada cual y nunca pueden imponer nada con el marchamo de oficial. Lo oficial es lo de uso administrativo y por lo tanto será lo necesario para relacionarse con el ciudadano, pero la obligación no puede ir en sentido inverso, es decir que el ciudadano tenga que hablar una lengua para tratar con la administración. Y esto abarca a la lengua y la cultura del mismo modo que a cualquier opción política, económica o social.

Los poderes locales tiene un origen evidente pues no es necesario consultar hasta al último municipio de Andalucía para decidir la renovación de las aceras de Bilbao, pongamos por caso. Y cuando los ámbitos de intereses son locales deben existir poderes públicos locales que velen por los derechos y la mejor realización de obras y demás políticas, poderes cuya autonomía alcanza hasta lo que ya entra en relación o posible colisión de intereses con otros ámbitos locales. Por eso existen ayuntamientos, diputaciones y gobiernos autonómicos. Pero hay intereses y derechos de ámbito mayor, como se puede ver en los temas de transvases entre distintas cuencas hidrológicas, o de carreteras y otras vías de comunicación, o de política económica y de gasto público. En eso, las decisiones afectan a comunidades muy amplias y debe haber instituciones que protejan los derechos de todas ellas y que puedan ser controladas electoralmente por los ciudadanos. Eso es el Estado y no otra cosa.

En los últimos años España se ha ido integrando en la Unión Europea más por conveniencia que por vocación espiritual, aunque algo de eso también hay. Y existen unas leyes y una serie de instituciones que regulan nuestros derechos y protegen nuestros intereses, e incluso hay un pasaporte europeo. ¿Sería razonable protestar ahora contra esos derechos, esas instituciones y ese documento y renegar de nuestra condición de europeos? Pues eso es algo idéntico al comportamiento autolesivo de algunos ultranacionalistas. Pero si no vamos a sufrir sus dolores podemos ofrecerles una solución.

Los constitucionalistas deseamos ser ciudadanos españoles y europeos y regirnos por leyes acordadas por todos y elegir y controlar nuestro gobiernos y parlamentos locales y nacionales. Los nacionalistas que quieran respetar eso e incluso votar en las mismas elecciones y ver reconocidos los mismos derechos pueden hacerlo si lo desean. Si lo que prefieren es no ejercitar sus derechos como españoles, que no lo hagan. Que no voten en elecciones generales ni presenten candidatos a diputados al parlamento o senadores. Que voten al parlamento vasco como si fuera lo único que les interesa. Pero la cuestión es muy diferente si pretenden negarnos a los demás el derecho a hacerlo o restringir nuestro derecho a participar en nuestros gobiernos locales hasta de nivel autonómico. Entonces se está atacando nuestro derecho democrático y nuestra respuesta no puede ser pasiva sino de oposición frontal y activa en nuestra propia defensa y obligados por ellos.

Porque además hay una falta de simetría en el problema que revela una profunda falta de honestidad. Los nacionalistas no arriesgan nada porque en el caso de no salir adelante sus deseos tienen reconocidos sus derechos como ciudadanos españoles, pero si consiguen la independencia, los ciudadanos españoles nos veríamos forzados a renunciar a nuestra ciudadanía para poder conservar nuestros derechos como vascos. Es decir: sale cara ganan los nacionalistas; sale cruz, volvemos a tirar. Pueden decir lo que se les ocurra pero en el derecho a la ciudadanía española para todos los vascos no hay restricción alguna. Esa restricción se la reservan los ultranacionalistas para aplicársela a los españoles, que serían extranjeros en sus propias casas.

Toda esa palabrería de ser para decidir se suele traducir más bien por no dejarnos ser a los demás ni dejarnos decidir, por implantar sus estructuras políticas y sociales de manera que no podamos hacer libremente lo que hasta ahora hemos hecho. Y eso es simplemente una imposición antidemocrática. Que se imaginen que el lehendakari es una figura internacional, o que las euskal etxea son sus embajadas. Que se imaginen en su país aislado desde la época del paleolítico, pero que no nos mezclen a los demás en sus delirios históricos. Porque lo contrario no es ejercitar completamente sus derechos y ver reconocidas sus particularidades culturales sino empeñarse en restringir y negar los nuestros.

Imaginemos que alguien hace la siguiente propuesta. Para ser justos, si se hace un referéndum a favor de la independencia y a los constitucionalistas sólo nos queda aceptar o irnos si lo perdemos, que los nacionalistas acepten que si lo pierden, pierden la nacionalidad española y se van o dejan de poder votar en elecciones y referéndums, o se quedan como españoles y sin más derecho a la secesión. Porque esto es lo que nos quieren aplicar a nosotros sin perder nada a cambio. Toda apuesta tiene un precio porque si no, la ganancia es segura por pequeña que sea la probabilidad de ganar. Y algún precio habrá de tener esa apuesta por la segregación. Y si no quieren pagar precio, no hay juego.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


24


Cuando se atraviesa desde Burgos hacia Álava, por ejemplo, no se nota ningún cambio físico drástico ni se escucha ningún tipo de señal que evidencie que hay algo real que sea un frontera. La frontera puede estar situada en un río, en unas montañas o según una línea definida por algún medio topográfico, pero no es nada real sino una convención de carácter político en el sentido de que es un límite en el que cambian las leyes, los derechos y las relaciones entre personas o grupos. Más allá debe uno pagar impuestos a un gobierno diferente y tiene o no derechos a elegir diputados, puede comerciar según normas diferentes y quizá son diferentes también las prestaciones del sistema sanitario.

Si lo que reclaman los nacionalistas vascos que piden la independencia es que se establezca una frontera entre Euskal Herria y el resto de España, entonces es claro que los derechos van a cambiar a través de ella y van a afectar a los ciudadanos. Porque a veces parece como que sólo estuviesen pidiendo que se reconozca que el Ebro separa Álava de Logroño, algo como un accidente físico que existe independientemente de nuestros deseos y que tiene pocas o nulas consecuencias políticas. Pero se trata más bien de limitar los derechos de los que atraviesan dicha frontera o sobre lo que les afecta a un lado y a otro de ella.

Ahora, un residente en Ciudad Real puede trasladarse por cualquier motivo a Bilbao, empadronarse y votar en las siguientes elecciones. Y cosas como ésta son las que constituyen una sociedad. Pero una frontera, la creación de una nación distinta, supondría que tales cosas dejarían de ser posibles o estarían como mínimo sometidas a una legislación diferente.

Tales restricciones de derechos suelen tener como objetivo la defensa de unos elementos propios de tipo muy variado. En épocas antiguas eran los intereses del rey y su soberanía los que exigían obediencia y tributo hacia un lado de unas fronteras bastante menos definidas que en la actualidad. En épocas posteriores podía ser la prohibición de importar o exportar determinados productos o la fijación de aranceles al comercio en defensa de la industria local. O la limitación de derechos políticos y ciudadanos a los naturales del lado exterior de la frontera reconocida. Pero en la actualidad sería necesario explicar qué derechos se pretenden limitar y en razón de qué motivos, porque lo que es obvio es que eso de las naciones sin estado o los pueblos prehistóricos no es más que palabrería.

Tomemos por ejemplo los procesos de independencia de los países hispanoamericanos con respecto del rey de España. En mi opinión no se puede decir que la independencia era con respecto a España pues no se trataba de un estado democrático sino de un reino del antiguo régimen. Un monarca absoluto tenía la soberanía sobre todos sus reinos y la aparición de repúblicas independientes supuso la conquista para los residentes en los territorios americanos de su propia libertad. También supuso la liberación respecto de un tipo de economía que imponía un desarrollo y un comercio desigual entre una metrópoli favorecida y unas colonias desfavorecidas. Es decir: suponía la liberación respecto de limitaciones de derechos políticos y económicos para los residentes en las colonias. Y eso puede considerarse justo sin duda.

En el caso de otros procesos de independencia, lo que se ha buscado es la defensa de unos derechos sociales o culturales suprimidos o restringidos por un poder extraño. Podía tratarse de la lengua o de la religión como es el caso de Polonia respecto de los zares de Rusia, o de Irlanda respecto de los reyes de Inglaterra, o cualquier otra particularidad. Pero siempre se trata de obtener la libertad frente a quien la niega, causa justa donde las haya y que siempre gozará de las simpatías de cualquier demócrata.

Pero en el caso de los actuales nacionalistas vascos y su deseo de independencia, deberían señalar cuáles son los derechos que se les suprimen o se les restringen para convencernos de que sus peticiones son justas. Y sin embargo ocurre todo lo contrario: no hay derechos suprimidos ni restringidos sino un deseo de suprimir o restringir los de quienes no son nacionalistas.

Para hacer verosímil su absurda exigencia necesitan ocultar el hecho de que España tiene un sistema democrático que debe proteger todos los derechos de todos sus ciudadanos. Porque en un sistema democrático no existe otra restricción de derechos que la que es necesaria para proteger los del más desfavorecido y que los derechos tengan el requisito de universalidad. Si estuviera prohibido el uso o la enseñanza del vascuence, daría igual que el gobierno español fuese monárquico absoluto o constitucional o incluso republicano porque negaría sus derechos a los hablantes de ese idioma y no sería democrático. O sería lo mismo si se impidiese la representación política de los naturales del país o de parte de ellos. Entonces, al no estar representados ellos y sus intereses en tal gobierno ni permitírseles que lo estuviesen, sería justo que tratasen de escapar a sus dictados y restaurar su libertad con un gobierno que los respetase, tanto si rigiese toda España como una parte cualquiera de ella o sólo el País Vasco. Simplemente se trataría de poner en práctica la base de la democracia: el respeto a todos los derechos y a su ejercicio.

Pero no sucede así en ningún aspecto. Las lenguas se pueden enseñar y utilizar socialmente y en relación a la administración pública, las ideologías se respetan y protegen por parte del estado (subvenciones a partidos políticos, espacios de publicidad gratuita y otras facilidades), hay libertad de culto y todos los derechos humanos y ciudadanos están protegidos. Entonces ¿qué restricciones impone una frontera, un nuevo estado, ya que no defiende nada que esté siendo reprimido?

En principio parece que se trata de un círculo vicioso: el estado se niega a reconocer que parte de los ciudadanos tienen el derecho a condicionar, restringir o suprimir los derechos de otros ciudadanos. Lo demás sería pretender ignorar que la historia ha avanzado y que la actual democracia es un sistema para todos. Pero si el estado se niega a que una parte de sus ciudadanos imponga sus leyes y sus límites, esto es presentado por esa parte como una restricción, una limitación, que justifica sus exigencias. Y cuanto más se exige y más se niega el estado, más se acentúa el conflicto.

Si tenemos en cuenta que el que comienza ese conflicto es el que pide la restricción de derechos, es obvio que podrá llegarse a la tensión o a la violencia, pero siempre como efecto de quien lo ha iniciado. Aquí llegamos a lo que tantas veces he denunciado en esta serie, que son las palabras y los símbolos los que sustituyen a la realidad y la ocultan. Porque no hay derechos humanos o ciudadanos que no sean reconocidos y que esto sea lo que dé lugar a reivindicaciones justas. Es el hecho de no poder restringir los de los demás lo que se presenta como una restricción y la libertad que se reclama es la de disminuir o negar la de los demás y no la de afirmarse uno mismo.

A lo largo de la historia hemos podido liberarnos del integrismo religioso cristiano, que anulaba la sociedad y sus leyes para someterlo todo a una iglesia y su credo. Si los cristianos integristas protestasen de que no tienen libertad para hacer un estado a su medida y con sus leyes religiosas destruyendo el estado constitucional, creo que todo el mundo salvo ellos diría que así es y así debe ser, y que no vamos a regalarles la libertad de someternos. Su ideología es injusta pues no reconoce los derechos de los demás y sería hipócrita si pidiesen como uno de los suyos el poder limitar los derechos ajenos. Entonces, si esto se ve tan claro en ese caso, ¿por qué ha de extrañarnos que un estado constitucional impida que cualquier grupo ponga su voluntad por encima de la igualdad? Ese grupo protestará porque se le impide realizar sus aspiraciones, pero debemos decir que así es, que así debe ser y que lucharemos por que sea así.

En resumen: un estado es democrático si respeta y defiende los derechos de todos sus ciudadanos tomados individualmente o por grupos, y parte de esa defensa es impedir que los derechos de unos anulen o restrinjan los de otros. Entonces todo se puede defender dentro de un sistema democrático menos la imposición de límites injustos a los demás. Y volvemos al tema de la frontera de un nuevo estado, que no es nada diferente de si se tratase de barreras de fe religiosa o de clase social. Sólo se trata de que un grupo de ciudadanos quiere hacer que otros pierdan parte de sus derechos actuales. Porque el hecho de que Francia sea un estado diferente que España no supone perder nada porque nunca se ha tenido comunidad de derechos, salvo que nos remontemos al imperio romano. Pero España ha sido una comunidad social y cultural, e incluso política en los resquicios de poder local que quedaban entre el poder de los reyes. Y por eso, la imposición de fronteras es una negación o limitación de derechos adquiridos a lo largo de siglos.

Y mañana más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003

Sc!
Sursum corda!  Indice general.  El sueño de la razón.


25


Una frontera siempre implica algún tipo de conflicto o, al menos, de limitación. Las leyes implican limitaciones de derechos en el sentido de que para salvaguardar los mínimos y esenciales de los perjudicados es necesario limitar los de quienes desean llevar su voluntad hasta el infinito. Es absurdo que haya leyes contra lo que no es posible y por lo tanto no da lugar a conflictos o contra lo que siempre resulta beneficioso. Así es absurdo legislar en España sobre la propiedad de terrenos en la Luna, al menos por el momento, o para regular los favores entre familiares. Pero una ley es necesaria donde uno puede abusar de otro y para evitarlo, queda determinado un límite más allá del cual el estado procede contra el agresor.

Las fronteras protegen los derechos de los naturales de un país contra los abusos de sus vecinos y tienen sentido contra tales agresiones. A veces es cuestión de simple protección de intereses y es cierto que el nivel de vida es menor en España que en Francia de manera que los ciudadanos franceses impiden a los españoles beneficiarse de sus ventajas mientras que los españoles protegen la propiedad su estado. Pero como hemos visto en el número anterior, un estado democrático protege por igual los derechos de los ciudadanos a ambos lados de cualquier línea posible y por lo tanto, una frontera no tiene sentido dentro de un estado democrático salvo para obtener algún privilegio de la secesión.

La creación de una frontera nueva que divida un estado democrático es por lo tanto una limitación injusta contra parte de los ciudadanos, que salen perjudicados, y en cualquier caso es una fuente de enemistades y conflictos. Porque si se supone que hay un derecho de autodeterminación de todo territorio que lo desee, también debe existir un derecho de expulsión o de abandono de cualquier territorio. Y si los ciudadanos de un grupo tienen derecho a romper sus relaciones con los demás ciudadanos de su nación, todos los ciudadanos no pertenecientes a un grupo podrían ejercer un derecho correlativo de repudio. De esa manera, España o los españoles podría declarar que determinado territorio no le interesa y que queda expulsado del estado, o que tal grupo pierde sus derechos como españoles. Pero es evidente que todo esto lleva inevitablemente al enfrentamiento y a la violencia.

Todo lo que no es lógicamente o físicamente imposible puede ser realizado. Pero nada que vaya contra la universalidad y reciprocidad de los derechos puede ser considerado un derecho. Por lo tanto, la secesión es posible, pero implica necesariamente la injusticia y la violencia a menos que se realice por un pacto justo entre partes libres. Lo que se dice de los derechos de los pueblos o de los derechos históricos no es más que un intento de disimular la realidad y de presentar como inevitable lo que sólo es el deseo de una parte. De ese modo se quiere convencer al perjudicado de que no hay otro remedio que atender a los deseos del beneficiado. Sin embargo muy dura debe ser una cabeza para no notar un golpe y para no creer que le hace daño, y muy torpe debe ser el que no vea como injusto el deseo de un territorio privilegiado de quedarse con las ventajas acumuladas en tiempos de colaboración y negar las contrapartidas a las que tales ventajas han dado derecho a los demás. Esto ya lo vimos en otro número y aquí sólo me queda insistir en que tal cosa es fuente de conflictos y de violencia.

Pero estamos en un mundo abierto en el que las ventajas vienen de la colaboración y no del enfrentamiento. Y si las cosas son así, no hay nada de positivo en el conflicto entre vecinos sino mayor pobreza y debilidad. En ese otro número decía que la integración de España en marcos europeos más amplios requiere unas leyes y unas instituciones que garanticen los derechos de todas las partes y tiende a una dilución de las fronteras de manera que los gobiernos sólo legislan hacia dentro en los temas que les son privativos. La misma tendencia es la que debemos promover y apoyar con respecto a la organización interna del estado, es decir: que las cuestiones que afecten a la totalidad de España se decidan en instituciones centrales que velen por los derechos de todos los españoles y que se apliquen leyes iguales para todos, pero en lo privativo de cada comunidad, que sean las instituciones locales las que protejan los intereses y derechos de su competencia.

De este modo nunca se pueden producir conflictos sin que existan unas leyes que protejan los derechos de todas las partes y unas instituciones encargadas de aplicarlas. Pero el sentido de todo esto es precisamente contrario a las fronteras internas, de modo que no haya diferencias en los ámbitos de derechos e intereses comunes sino que los locales se decidan y defiendan localmente, pero los generales no se vean restringidos por límites arbitrarios y creadores de más conflictos.

Los nacionalistas, dando a este concepto su sentido más amplio y básico, son los defensores de las particularidades y los derechos de su ámbito de nacimiento. Pero una nación se entiende como un ámbito más o menos cerrado y aislado del exterior no por mayor o menor apego a lo propio sino por enfrentamiento con lo ajeno. Por eso distingo con frecuencia entre el nacionalista y el ultranacionalista, que desea aplicar la diferencia nacional al ámbito cultural y político no como afirmación de lo que es propio sino como negación de lo ajeno y como un aislamiento frente a ello.

Es evidente que de los problemas de cada casa no es oportuno que se ocupe un ministro o el parlamento y que poco o nada importa la lista de la compra o la decisión de tomar vacaciones enteras o partidas a nadie que no sea la propia familia. Algo parecido es natural que suceda en los temas municipales, provinciales o de ámbito autonómico y por lo tanto no es probable que se presenten conflictos de intereses entre dos municipios acerca del cartel de las fiestas. Pero la voluntad del nacionalista que busca el aislamiento es la de negar a los vecinos la facultad de decidir sobre temas que les afecten. Porque el gobierno nacional o central de España no tiene por qué mezclarse en asuntos locales. Sin embargo, cuando el tema es de interés general y afecta a comunidades más amplias, el deseo del nacionalista separatista es negar el diálogo y la defensa conjunta de los intereses a través de leyes e instituciones comunes.

No hay nada de particular en amar y defender lo propio: todo el mundo lo hace. Pero lo que caracteriza a los separatistas es el deseo de aislamiento y de enfrentamiento. Sin esa tendencia a cerrarse al exterior ¿qué diferencia hay entre una organización descentralizada y una serie de territorios con fronteras difusas y autonomía en lo local pero coordinados en los intereses generales? Como decía al principio de esta parte de la serie, si dos cosas son iguales en sus partes y en su organización, son iguales entre sí, y la organización política que potencia la participación de los individuos y de las instituciones territoriales y su coordinación es la única forma de ser libres y colaborar con los vecinos para provecho de todos, entonces ¿qué más da que lo llamemos unión de naciones, naciones descentralizadas o lo que sea? Lo importante son los hechos, no las palabras y los hechos serían que cada uno es dueño de lo suyo y llega a acuerdos con los demás.

Frente a esto, o mejor contra esto, existe una tendencia a la separación, a la formación de grupos cerrados que por una división continua llegan a la miniatura política y que se afirman negando lo exterior. Su destino, es por lo tanto, el conflicto con el vecino y la homogeneidad en el interior, sin la cual comienzan tarde o temprano un nuevo proceso de divisiones y de rivalidades entre subgrupos que hacen imposible la cooperacción, el entendimiento y la paz.

La cuestión es si ese camino hacia las infinitas rivalidades locales y el desastre pasa inadvertido a la mayoría o si se está a tiempo de invertir la tendencia y volver al camino de la colaboración. Porque la realidad es un juez riguroso y despiadado que acaba con los proyectos absurdos al precio de la ruina y la muerte de miles o millones de seres humanos.

Mañana más.

Sursum corda!

Anterior


Siguiente


Sursum corda! 2003